09 noviembre 2011

Relaciones soberanas


A propósito del encuentro Obama-Cristina Kirchner.

Por Edgardo Mocca, para Revista Debate

En septiembre de 2007, el actual titular de la Oficina de América Latina del gobierno de los Estados Unidos, Daniel Restrepo, sostenía en una intervención realizada en el Foro Anual del Progresismo, realizado en Santiago de Chile, que el surgimiento de gobiernos “neopopulistas” era una razón para que Estados Unidos prestara atención a la región. Decía que ese nuevo escenario generaba la posibilidad real de que Estados Unidos pueda “perder las Américas” (revista Umbrales de América del Sur, número 4, marzo 2008). Restrepo fue el encargado de formalizar el pedido del gobierno norteamericano a Cristina Kirchner para una entrevista con el presidente Obama.
La referencia viene a cuento en momentos en que el punto de vista predominante en los grandes medios sobre el encuentro entre ambos mandatarios tiende a privilegiar aspectos anecdóticos de la relación entre ambos países y a dejar en la sombra las cuestiones estratégicas que la signan. Hace pocos meses, cuando Obama visitó Brasil y Chile y no aterrizó en nuestro país, los mismos medios editorializaron la supuesta irrelevancia de nuestro país en la agenda de Estados Unidos; hoy hacen malabares para compatibilizar ese diagnóstico con el actual interés estadounidense por profundizar la relación con nuestro país.
Argentina es un activo protagonista del proceso de integración regional. Forma parte del Mercosur, que es el punto más alto de coordinación estratégica alcanzada en el área y es animadora de la Unasur, un organismo que en sus pocos años de existencia ha dado pruebas de la relevancia en su intervención política en los asuntos del subcontinente. El propio marco de la anunciada reunión –el encuentro del G20 en Cannes para discutir la crisis económica mundial- simboliza el lugar que hoy ocupa nuestro país en los asuntos internacionales. Ningún observador con un mínimo de objetividad analítica podría, por otra parte, pasar por alto la circunstancia en la que la administración estadounidense solicita la entrevista, pocos días después del contundente triunfo electoral con el que la presidente se aseguró un nuevo período de gobierno. Junto con el triunfo de Dilma Roussef en Brasil y el fortalecimiento político de un conjunto de gobiernos de orientación popular en la región, lo ocurrido en la Argentina el 23 de octubre es la señal de que el escenario político regional creado en la primera década del siglo no es una fugaz primavera sino un proceso que tiende a consolidarse y a proyectarse en el tiempo.
Los tiempos de Bush fueron, para decirlo con las palabras del intelectual chileno Luis Maira, una época de “no política” de Estados Unidos en la región. La agenda de aquella administración estuvo excluyentemente centrada en la lucha contra el terrorismo, interpretada en términos policial-militares que dejaban en la sombra todo intento de gestión política. Hace justamente seis años, en noviembre de 2006, el debilitamiento de la influencia de Estados Unidos quedaba patentizado: en la IV Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata, el proyecto de creación de un área de libre comercio continental (ALCA) quedaba definitivamente archivada. En esa instancia, el papel del gobierno argentino fue central; junto con Lula y Chávez, Néstor Kirchner enfrentó los intentos de Bush para alterar la agenda convenida del encuentro y poner en el centro el impulso del ALCA. La administración Obama no ha revertido la distancia entre Estados Unidos y los países de nuestra región. Acaso en ese déficit haya que buscar una de las explicaciones del pedido de entrevista con la presidente argentina.
Hay que tener en cuenta que Argentina fue en los años noventa, uno de los países de la región que más incondicionalmente saludaron la hegemonía incontestada de Estados Unidos, después del derrumbe soviético, coincidente en el tiempo con la emergencia del menemismo. Nuestras fuerzas armadas participaron en la primera guerra del Golfo en 1991 y acompañaron todas las iniciativas diplomáticas de la principal potencia mundial, con la nada pudorosa portada de las “relaciones carnales”. Fuimos, además, aplicados discípulos del Consenso de Washington, nombre que codificó la contrarrevolución neoliberal en la región. No fue sino el rotundo descalabro de esa experiencia ocurrido hace diez años lo que condicionó el replanteo de nuestra orientación política interna y nuestra estrategia de inserción internacional. Se trató de un replanteo signado por la afirmación de nuestra soberanía y la prioridad de las políticas de integración regional y no por la declamación antiamericana dogmáticamente sustentada.
No es extraño, entonces, que en los últimos ocho años la relación entre ambos países haya recorrido una dialéctica de tensiones y acuerdos y abandonado la dinámica del alineamiento automático. Nuestro país no fue indiferente al fenómeno del terrorismo fundamentalista, que provocó en Buenos Aires los terribles episodios de la embajada de Israel y la AMIA. Participa del enfrentamiento contra el terrorismo de cualquier signo y bajo cualquier inspiración, sin condescender con la doctrina del unilateralismo y la guerra preventiva proclamada por la administración Bush y no desactivada por Obama. Nuestra presidente acaba de fundamentar en la ONU el apoyo argentino al reconocimiento del estado Palestino en el argumento central de que es el camino adecuado para aislar a los cultores del terrorismo. Argentina demanda la comparecencia de los funcionarios iraníes presuntamente implicados en el atentado terrorista contra la mutual judía sin participar de ninguna operación política internacional dirigida a justificar acciones armadas contra ese estado. El Estado argentino elige sus socios y amigos y no sigue en ese sentido las recomendaciones del Departamento de Estado. Hemos fortalecido los vínculos con Brasil en un nivel sin antecedentes históricos. No están ocultas para nadie las afinidades con el conjunto de gobiernos de la región que sostienen posiciones independientes de las estrategias de Estados Unidos, lo que no se contrapone con una política de fortalecimiento de los lazos de cooperación con todos los países sudamericanos, con independencia del signo político de sus gobiernos; la gestión de Néstor Kirchner, desde su rol en la Unasur, para pacificar la relación entre Colombia y Venezuela es una prueba contundente al respecto. Se superó felizmente la equivocada querella con Uruguay y no justamente por los buenos oficios de Bush a los que aludió Tabaré Vázquez en sus desdichadas declaraciones recientes.
Cristina Kirchner se encontrará con Obama en el lugar de una jefa de Estado que acaba de ser revalidada de forma rotunda por su pueblo. Entre otras grandes líneas políticas de estos años, la sociedad argentina acaba de dar su veredicto favorable a una política internacional de inserción en el mundo desde la plena independencia y la prioridad estratégica de la integración regional. Quienes defendieron durante estos ocho años la tesis del “aislamiento internacional” del país compitieron libremente por el voto popular hace pocos días y perdieron ampliamente la partida. No hay, por lo tanto, razones para que se plantee como un enigma la posición que la presidente llevará a la reunión con su par estadounidense. No será diferente, para decirlo gráficamente, a la que sustentó en la Asamblea de la ONU hace unos meses ni a la que en estas horas llevará a la reunión del G20. Esa posición tiene acuerdos y desacuerdos importantes con las posiciones del gobierno de Estados Unidos. La reunión no marcará un viraje político argentino en materia internacional. Pero eso no disminuye las repercusiones del encuentro. La escenificación mediática de un país aislado y maltratado por los “países serios” quedará extremadamente debilitada, como tantas otras piezas de ese mismo repertorio.

Fuente: Iniciativa - 5/11/2011

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