21 diciembre 2011

>Ecos de las rebeliones de 2001


La multitud y los límites
Por Rubén Dri *

El 19-20 de diciembre del 2001 los sectores aplastados y humillados por el capital financiero y especulativo salieron al espacio público, a las calles, a las plazas al grito de “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”. Fueron días y días en los que una multitud, para alegría de Toni Negri, recorrió las calles de Buenos Aires, marchó a Plaza de Mayo, se reunió frente a la corrupta Corte Suprema de Justicia y se reunió en asambleas en las que se debatía todo. Era la finalización de un ciclo, el quiebre de un proyecto, mejor dicho de un plan, nada menos que del plan neoliberal aplicado a rajatabla en los ’90 por el menemismo y llevado a su terminación por la alianza que llevó a De la Rúa a la Presidencia. Esa gran pueblada rompía todos los límites. Ya no había más organización, estructuras, representaciones, cámaras legislativas, Poder Ejecutivo. Era como un río que se sale de madre, rompe los diques y las aguas se llevan todo por delante. ¿Había pasado antes algo parecido? Tanto el pueblo argentino como en general los pueblos siempre han protagonizado luchas, puebladas, pero la del 19-20 de diciembre fue de otro tipo, algo que hasta el momento no se conocía. (sigue...)

Celac: bolivarismo, nacionalismo y socialismo

Manuel Ugarte, Juan D. Perón y los antecedentes del CELAC en una nota muy interesante de La Jornada, de México, reproducida por El Ortiba 

Por José Steinsleger
La Jornada, México

En 1783. El primer atisbo de unidad política de América hispana tuvo lugar en el Madrid liberal y reformista del rey borbón Carlos III. El ministro Pedro Pablo Abarca de Bolea (conde de Aranda) había entregado al monarca un proyecto neocolonial sobre las provincias americanas, sugiriendo que la referida unidad fuera una suerte de "Commonwealth hispano".

Con vista larga, el conde de Aranda recomendaba a la corona "deshacerse de sus posesiones americanas, conservando sólo Cuba y Puerto Rico para el comercio español". Para ello se establecerían tres infantes o reyes en América: uno como rey de México, otro como rey de Perú y otro como rey de Costafirme. Los tres gobernarían el continente en nombre del emperador Carlos III.

El Informe Aranda quedó en agua de borrajas, y recién en 1808 sería retomado por Manuel Godoy, el todopoderoso ministro de Carlos IV. Plan que, asimismo, llegó demasiado tarde, a causa de la invasión francesa, la abdicación de Fernando VII, la falta de generosidad de la Junta Suprema de Aranjuez con los hermanos americanos (se les concedía representación con arreglo a los blancos, excluyendo a indios, negros y zambos), y la inminente guerra con Inglaterra (1808).

La guerra de la independencia dio a la burguesía criolla la oportunidad que esperaba. Dos años después se iniciará el proceso que en veinticinco años llevará a la independencia a la casi totalidad del continente americano.
Manuel Ugarte

1910. Barcelona, 25 de mayo. En la conferencia Causas y consecuencias de la revolución americana, el socialista argentino Manuel Ugarte (1875-1951), manifiesta que la insurrección producida en las colonias un siglo atrás, no llevaba propósitos separatistas. Ugarte fue el primero en plantear la "cuestión nacional" de la independencia.

El historiador Norberto Galasso sostiene que, a juicio de su biografiado (Manuel Ugarte), la misma revolución democrática que se operaba en España contra el oscurantismo monárquico se realizaba en las colonias. Pero no contra España, sino contra la minoría que dominaba en España y en las colonias, es decir, contra el absolutismo. El separatismo, según esta tesis, surgió después, inevitablemente, al ser derrotada la revolución democrática por la reacción en España.

En El porvenir de la América española (1910) Ugarte analizó los orígenes de la América española, refiriéndose en particular a los pueblos indígenas, españoles, mestizos, negros, mulatos y criollos como "componentes del hombre latinoamericano". Los socialistas argentinos, en nombre del internacionalismo proletario, niegan toda cuestión nacional en América Latina. El imperialismo carece de importancia o no existe, y hay que limitarse a lograr conquistas obreras.

1946. En febrero de 1946, horas después de los comicios presidenciales, el presidente electo Juan Domingo Perón (1895-1974) se dirigió por escrito al legendario caudillo del Uruguay Luis Alberto Herrera (1873-1959). El mensaje del líder argentino (hallado por el investigador Carlos Machado) dice: "Hay que realizar el sueño de Bolívar. Debemos formar los Estados Unidos de Sudamérica".

El 7 de julio de 1953, en una cena de camaradería de las fuerzas armadas, Perón expresa por primera vez las ideas que presidirían su programa global:

“No hay soberanía política plena mientras el continente siga fragmentado por el interés imperial. No hay independencia económica en el marco de la dependencia como fruto de la monoproducción. No hay justicia social sin asentar la base material que la posibilite, y resulta imposible lograrla malherida por la desunión… Presentimos que el 2000 nos encontrará unidos o dominados.”

Perón erró por menos de cinco años. En efecto, y con excepción de Cuba y Venezuela, el escenario latinoamericano de finales del siglo mostraba un cuadro ideológicamente confuso y políticamente desolador.

No obstante, en la cuarta Cumbre de presidentes, frente a las narices de W. Bush, el peronista Néstor Kirchner, el bolivariano Hugo Chávez, y el sindicalista Lula enterraron el proyecto de libre comercio de las Américas (Mar del Plata, noviembre de 2005).

Tres años después se constituyó la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), y en días pasados, en Caracas, la flamante Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) puso punto final al monroísmo, abriendo de par en par (y con exclusión de Estados Unidos y Canadá), la integración, cooperación y solidaridad entre los países del continente.

Antes que partenogénesis de algún gobernante metido a "redentor" (como diría un patético ropavejero de la historia de México), los fundamentos de la novísima Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) fueron posibles gracias a la amplitud de miras del grupo de estadistas que hoy impulsan hoy la integración y solidaridad de nuestros pueblos, sin el ominoso y frustrante poder disuasivo de las corporaciones imperialistas de Estados Unidos y Canadá.

La hoja de ruta ha sido trazada y, sin dudas, una de las tareas de la Celac consistirá no sólo en la coordinación de esfuerzos para encarar con espíritu soberano la violentísima crisis en curso del capitalismo mundial, sino también en ponderar el alcance y sentido de las palabras del libertador Simón Bolívar tras el fracaso del Congreso Anfictiónico de Panamá (1826), y su torpedeada continuidad en Tacubaya (1827): “Nosotros no podemos vivir sino de la unión…”

Durante poco menos de 200 años, una copiosa y documentada bibliografía dio cuenta de los hechos y causas que frustraron la unidad política de América Latina. Por ser asunto de fácil consulta, no abundaremos en ellas, y traeremos en cambio la evocación de un ignoto y moderno precursor de la Celac: el argentino Manuel Ugarte (1875-1951), cuyas ideas, durante muchos años, gravitaron entre los revolucionarios de México y América Latina.

Reconstruida en dos tomos por el historiador Norberto Galasso (Del vasallaje a la liberación nacional y De la liberación nacional al socialismo, Universidad Nacional de Buenos Aires, 1973), la vida fascinante y lucha de Ugarte atravesó países y continentes. Curiosamente, su despertar político tuvo lugar en París, durante el sonado "caso Dreyfus" (1898), al lado de su amigo el socialista Jean Jaurés y mientras compartía la bohemia con Rubén Darío, Amado Nervo, Enrique Gómez Carrillo, y Miguel de Unamuno.

Simultáneamente, la voladura del acorazado Maine en el puerto de La Habana (que daría lugar a la intervención estadunidense en la guerra cubano-española), lo impacta a tal grado que más tarde reconocería: “…Allí nació mi convicción antimperialista”. De ahí que en su primer artículo antimperialista, "El peligro yanqui" (1901), plantee la necesidad de la unidad latinoamericana como “…único muro de contención al avasallamiento que avanza desde el norte”.

En Boston, Ugarte conoce al venezolano Rufino Blanco Fombona, escritor y latinoamericanista, y de la amistad nace el interés recíproco por conciliar el internacionalismo socialista con el nacionalismo latinoamericano y escribe en defensa de Venezuela con motivo de la agresión angloalemana.

Designado por el Partido Socialista argentino como delegado al Congreso de la segunda Internacional a realizarse en Ámsterdam y Stuttgart (1906 y 1907), participa en un debate político fundamental: ¿quién debe establecer la táctica política, la dirección de la Internacional o la dirección de cada partido nacional, de acuerdo con las características peculiares? Ugarte apoya a Jaurés, quien defiende esta última tesis.

En 1911, semanas después de pronunciar un ciclo de conferencias en la Sorbona, Ugarte emprende su gira por los veinte países latinoamericanos. Recorre Cuba y República Dominicana (donde condena las agresiones yanquis), y en 1912 llega a México, siendo recibido por entusiastas grupos con música y banderas, y se entrevista con el presidente Francisco I. Madero.

A pesar de los obstáculos para impedir que hable a los jóvenes, Ugarte consigue llenar el Teatro Mexicano. Y más tarde, en otra conferencia, exclama: ¡La América tiene que ser una! Luego, en San Salvador, en la Federación Obrera, expresa: "Yo creo que en los momentos porque atravesamos, que el socialismo tiene que ser nacional".

De El Salvador pasa a Costa Rica, y de ahí viaja a Nueva York, donde habla en la Universidad Columbia. En agosto desembarca en Panamá, donde entrevista al presidente Belisario Porras, y continúa su viaje a Venezuela.

En El porvenir de la América española, Ugarte analiza los orígenes de la América española, refiriéndose en particular a los pueblos indígenas, mestizos, negros, mulatos y criollos como componentes del hombre latinoamericano: "Somos indios, somos negros, somos españoles, somos latinos, pero somos lo que somos y no queremos ser otra cosa" (Asociación de Estudiantes de Caracas, 13 de octubre).

En Colombia rinde homenaje a Bolívar y convoca a los jóvenes a organizarse bajo las viejas banderas del libertador. Habla frente a 10 mil personas. En enero de 1913 se dirige a 3 mil personas, en el teatro Edén de Guayaquil. Habla después en Quito, y en febrero, en el teatro municipal de Lima, alza la voz: "La América Latina no necesita tutores, la América Latina se pertenece! ¡Viva la América Latina!"

En abril, Ugarte diserta en La Paz. Sin embargo, los términos de la conferencia ocasionan la reacción del embajador yanqui, a quien Ugarte reta a duelo. La intervención del embajador argentino evita el lance. (Datos de la Cronología de Galasso en La nación latinoamericana, Biblioteca Ayacucho, tomo 45, Caracas, 1978).

Luego del frustrado "lance de caballeros" con el embajador de Washington en La Paz y el impacto de sus disertaciones bolivarianas en Santiago de Chile, Manuel Ugarte llega a Buenos Aires y, tras ocho años de ausencia, choca con el espíritu de campanario de los que dicen representar la "civilización" y el "progreso".

En abril de 1914, cuando la Armada de Estados Unidos bombardea el puerto de Veracruz, Ugarte funda la Asociación Latinoamericana para Defender la Revolución Mexicana, y se enfrenta con el Partido Socialista Argentino (PSA), que prefiere saludar la apertura del Canal de Panamá y la visita a la capital argentina del campeón del big stick, Teodoro Roosevelt, al que los socialistas califican de "gran demócrata moderno".

Expulsado del PSA, Ugarte prosigue su gira por Uruguay y Brasil. En 1916, el mexicano Carlos Pereyra le envía su libro El mito de Monroe, donde lo califica de "héroe de una odisea continental sin ejemplo", y al año siguiente viaja a México, invitado por el gobierno de Venustiano Carranza, quien lo recibe con honores.

En 1912, la embajada de Washington había hecho lo imposible para evitar que la voz de Ugarte fuera oída en nuestro país. Según investigaciones del periodista argentino Óscar R. González, el diario Gil Blas dice: "Estados Unidos tiene miedo de la palabra vibrante del poeta argentino Manuel Ugarte", y otro periódico dice por su lado: "Ugarte se ha presentado como intérprete de una idea latente en el alma de los latinoamericanos desde que la concibió Bolívar: la unión de todos los países de América que tienen alma latina" (El Periodista de Buenos Aires, número 65, 6-12/1985).

Según González, los estudiantes se rebelaron contra la posibilidad de que se censure a Ugarte y mil 500 de ellos se lanzan a las calles de la capital mexicana "en defensa de la libertad de prensa" y, antes de llegar al Zócalo de la ciudad, se detienen en el hotel donde se aloja el argentino para homenajearlo.

En Palacio Nacional, el presidente Madero declara que su gobierno no intentará callar al visitante, pese a que la prensa estadunidense ya se ha hecho eco del asunto y no oculta que la embajada ha hecho uso de su influencia para crear obstáculos al conferencista.

"En el Teatro Nuevo y frente al monumento a los Niños Héroes, Ugarte hace votos por que si un nuevo atentado se desencadena mañana sobre una de nuestras repúblicas, la opinión se levante unánime imponiendo a los gobiernos latinoamericanos la solidaridad salvadora."

Ugarte publicó en Madrid el folleto La verdad sobre México (1919), donde reafirma la defensa de la revolución frente a los ataques de la prensa yanqui. Y en 1925, tras la publicación de La patria grande (1922) y El destino de un continente (1923), intervino junto a Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Miguel Ángel Asturias, Carlos Quijano, José Vasconcelos y Víctor Raúl Haya de la Torre, en un gran acto latinoamericano celebrado en París en apoyo de la Revolución Mexicana.

La prédica latinoamericanista de Ugarte suscitó el interés de grandes personalidades: José Carlos Mariátegui lo invitó a escribir en su revista Amauta; el Partido Nacionalista de Puerto Rico lo designó delegado al Congreso Internacional de la Liga contra a crueldad y la opresión en las colonias, y el boliviano Tristán Maroff consiguió que lo nombraran cónsul del país andino en Niza.

En 1927, integrando la reducida comitiva que presiden Henri Barbusse y Diego Rivera, Ugarte visitó la Unión Soviética, y en 1928, el líder guerrillero Augusto César Sandino le agradeció sus artículos de solidaridad con la causa antimperialista de Nicaragua que aparecieron en la revista Monde, de París, en cuyo comité de redacción figuran Albert Einstein, Máximo Gorki, Upton Sinclair, Unamuno y León Perth.

El hispanismo latinoamericanista anticlerical, bolivariano, antimperialista y socialista de Manuel Ugarte no dejó lugar a dudas. En abril de 1931 se adhirió a la proclamación de la república española, saludó la insurrección de los mineros asturianos, se ofreció para colaborar con el gobierno cubano de Grau San Martín, denunció la hipocresía del congreso "panamericano" de Montevideo, y polemizó con el hispanismo "de derechas" del mexicano Carlos Pereyra.

En 1934, en la Sorbona, pronunció una conferencia sobre fascismo y comunismo, a la que asistieron cientos de jóvenes. “Entre Roma y Moscú –dijo– elijo Moscú”.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial (1939), Ugarte declaró: “No estoy con Francia ni con Alemania. Estoy con la América Latina… No soy vagón atado a una locomotora ni tengo mentalidad de tropa colonial…” Y en 1940: “Nuestra misión no es optar entre la victoria de estos o aquellos países en guerra. Nuestra misión es preparar nuestra propia victoria… No hay que opinar colonialmente, sino nacionalmente. Iberoamérica para los iberoamericanos”.

En 1946, retornó una vez más a Argentina, donde declaró su adhesión al movimiento nacional y popular de Juan Domingo Perón. En septiembre, el gobierno peronista lo designó embajador en México, tarea que prosiguió en Nicaragua (1949) y Cuba (1950).

Manuel Ugarte murió en el balneario francés de Niza, el 2 de diciembre de 1951. La reconstrucción de Hispanoamérica fue su libro póstumo.

[Este artículo fue publicado en tres entregas en diciembre de 2011 por La Jornada, México]

Fuente: www.el ortiba.org

14 diciembre 2011

La mutación del paradigma comunicacional

ADELANTO DEL LIBRO "EL DESAFIO DIGITAL EN LA TELEVISION ARGENTINA", DE OSVALDO NEMIROVSCI*

En el libro que publica la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Nemirovsci analiza el modo de apropiación social de las tecnologías de la comunicación y la información, tomando el caso de la TV digital en el país.
*Coordinador general del Consejo Asesor del Sistema Argentino de Televisión Digital Terrestre.

Lea la nota completa en
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-183165-2011-12-12.html

Entrevista con el nuevo ministro de Agricultura

“NECESITAMOS UNA LEY QUE ORDENE LA TENENCIA DE LA TIERRA”

Por Sebastián Premici (Página12)




Norberto Yauhar expresó su deseo de que los legisladores aprueben rápidamente la ley que limita la propiedad de tierras en manos de extranjeros y de resolver todos los conflictos que involucran a pequeños propietarios, campesinos y pueblos originarios.




Lea la nota completa en:
http://www.pagina12.com.ar/diario/principal/index-2011-12-12.html
Fuente: Página12 - 12/12/2011

04 diciembre 2011

Retorno a la idea de la unión latinoamericana.

Visión política de la integración latinoamericana

Por Eric Calcagno, senador de la Nación y
Alfredo E. Calcagno, doctor en Ciencias Políticas


El mito es la última verdad de la historia; lo demás es efímero periodismo.” Esta frase de Borges (Textos recobrados, 1956-1968) ha sido confirmada por la realidad. La unión de nuestras naciones se basa en una identidad latinoamericana sustentada en mitos fundadores. Uno de ellos es el  latinoamericana, tal como fue soñada en el tiempo de las guerras de la independencia: cada país es la Patria Chica, parte constituyente de una Patria Grande.
A cada momento de crisis o de esperanza vuelve a surgir la ilusión de San Martín, de Bolívar o de Artigas; pero muchas veces faltan los conceptos para pensar esa unión. A esta declinación ha contribuido la propia percepción que tenemos de nosotros mismos, construida por el relato colonial que perduró y que nos presentaba como países irremediablemente subordinados; esta resignación fue refirmada desde siempre por la prédica de la mayoría de los medios de comunicación, locales o internacionales, que nos condenaban a observar las sombras de la caverna y creer que eso es el mundo. Ahora la nueva situación nacional e internacional de afirmación de las soberanías permite tomar conciencia de una situación objetiva favorable para la integración regional y dar pasos trascendentes en ese sentido.

Hacia la unión de América Latina y el Caribe. Está en ejecución un proceso real, que consiste nada menos que en la integración de América latina y el Caribe, unidad política y económica que da sentido a la civilización latinoamericana. En este contexto, no se habla de poder, sino que se lo construye: ¿cómo estructurar este bloque para darle objetivos comunes y unidad de acción?, ¿cómo conseguir el margen operativo para aplicar políticas independientes?, ¿cómo definir y aplicar esas políticas? En síntesis, ¿cómo generar soberanía latinoamericana?
En los últimos tiempos se produjeron actos decisivos en ese sentido. En primer lugar se generó soberanía financiera a través de la creación del Banco del Sur, cuya acta de constitución es de diciembre de 2007 y fue suscripta por Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay Uruguay y Venezuela. Se creó así una fuente de financiamiento que depende de nuestros recursos y nuestra voluntad y que nos independiza del establishment financiero mundial y de sus condicionalidades. En Miradas al Sur del 3 de julio nos referimos al tema.
Las otras dos iniciativas fundamentales fueron tratadas en la reuniones de la Unasur y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) realizadas en Caracas el 2 y 3 de diciembre pasados.

La reunión de Unasur. En la reunión de Unasur se decidió avanzar en un tema financiero, que consiste en la sustitución del dólar como moneda de pago en las transacciones de sus países miembros y en el análisis de la coordinación del uso de las reservas de los países, con propósitos anticíclicos; para advertir la magnitud de esta posible medida, basta con recordar que las reservas de Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Perú y Venezuela llegan a los 546.000 millones de dólares.

El ejercicio de la soberanía. Requiere por su parte la ocupación plena y efectiva del territorio, para lo cual es indispensable una red de comunicaciones y transportes. En Sudamérica existen enormes espacios vacíos que pueden ponerse en producción; en varios casos, ya se ejecutaron obras con criterios nacionales, que sería necesario interconectar. En la reunión del 3 de diciembre se consideró el proyecto preparado por la Secretaría General de Unasur, que establece 10 ejes de integración y desarrollo: el Andino, el del Escudo Guayanés, el del Amazonas, el de Perú-Brasil-Bolivia, el Interoceánico Central, el de Capricornio, el de Mercosur-Chile, el del Sur, el de la Hidrovía Paraguay-Paraná y el Andino del Sur. Se trata de facilitar el acceso a zonas de alto potencial productivo, que están relativamente aisladas o subutilizadas. Se relevaron más de 500 proyectos, que en conjunto implican inversiones de más de 100.000 millones de dólares. El Eje de Capricornio incluye a la Argentina y articula 18 proyectos individuales con una inversión de 1.765 millones de dólares. (Sobre el tema, véase Martín Granovsky, “Cómo conectar a los desconectados”, Página/12, 27 de noviembre de 2011).
La constitución de la CELAC. En los organismos de integración entre Estados hay dos cuestiones básicas que marcan su índole. La primera es si se trata de una integración entre iguales o entre potencias y países subordinados; las integraciones del Mercosur, de la Comunidad Andina, de Unasur y de la Celac son entre iguales.
La segunda cuestión es si prevalece la política o el comercio; un organismo integrado por presidentes es de naturaleza política. Así se define a la Celac, cuya creación obedece a la necesidad de crear un foro que politice la solución de los problemas de América latina y el Caribe. Se sigue así una de las enseñanzas que dejó el ex presidente Néstor Kirchner, quien sostenía que los problemas no tienen soluciones técnicas sino políticas; lo dijo en su discurso la presidenta de Brasil, Dilma Roussef, quien señaló que se estaba creando un espacio para estructurar programas políticos, y afirmó que llegó la oportunidad de politizar el proyecto de integración.
El 2 y 3 de diciembre de 2011 se realizó la Primera Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) que reúne a 33 países de la región; es decir todos los americanos menos Estados Unidos y Canadá. Se trata de un espacio geopolítico de importancia mundial. Tiene un territorio de 2.041 millones de km2, 590 millones de habitantes y un producto interno bruto por habitante de 8.300 dólares.
En las deliberaciones se aprobaron la Declaración de Caracas, el Plan de Acción y el procedimiento para el funcionamiento orgánico de la Celac; solamente quedó para resolver más adelante un punto acerca del sistema de toma de decisiones (si se adoptarán por consenso o por votación, y en este caso si se requerirán mayorías especiales). Se resolvió la constitución de una troika que dirigirá las actividades, que durante 2012 presidirá Chile, que organizará la reunión principal del año próximo, secundado por Venezuela (que estuvo a cargo de la reunión de 2011) y Cuba que preparará la de 2013; es un sistema análogo al del G-20.
Los discursos de los presidentes latinoamericanos y del Caribe marcan la futura orientación de la Celac. En particular, la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner señaló los temas fundamentales: la soberanía nacional –en especial en el caso de Malvinas–, la crisis financiera internacional, la integración física, el comercio intralatinoamericano, la lucha contra el narcotráfico, la necesidad de instrumentar y ejecutar políticas y medidas concretas y activas. “Mercosur, Unasur y Celac son como un anillo pequeño que se va abriendo en grandes círculos.”
De acuerdo con los mecanismos aprobados, los temas se estudiarán por la troika de la Celac y las conclusiones y recomendaciones de acción se someterán a las reuniones de los presidentes.
La Celac tiene atribuciones muy amplias y forma parte de un nuevo sistema de integración latinoamericano. En cierto modo se continúan las dos orientaciones históricas antagónicas. La primera tiende a la independencia e integración regional, cuya primera manifestación fue el Congreso de Panamá convocado por Bolívar en 1826. La otra posibilidad es aceptar la hegemonía de Estados Unidos, cuyos intentos remontan a la Primer Conferencia de la Unión Panamericana de 1889. En los hechos, la orientación pro Estados Unidos está representada por la OEA y la Junta Interamericana de Defensa, y no es hegemónica gracias a la frustración del Alca. La posición de independencia regional que ahora predomina es la defendida en el plano político por la Unasur y la Celac, y en el financiero por el Banco del Sur. La aparición reciente de estas instituciones es la consecuencia de los regímenes políticos de signo nacional y popular que predominan en la región. Ojalá la Celac actúe con la eficiencia y rapidez de la Unasur.

Fuente: Miradas al Sur - 04/12/2011

CELAC. Arranque de una unión muy deseada

Por el camino de la unidad latinoamericana

Nació en Caracas la primera organización que reúne a todos los estados de América latina y el Caribe y deja afuera a los Estados Unidos. En su comunicado final, respaldó el reclamo argentino sobre Malvinas, exigió el fin del bloqueo a Cuba e impulsó políticas democráticas y de inclusión social para todo el continente.

Por Nora Veiras  (desde Caracas)                                                                                                                                          

Por primera vez todo el bloque se unió y decidió dejar afuera a los Estados Unidos y Canadá. “Que la Celac avance en el proceso de integración haciendo un sabio equilibrio entre la unidad y la diversidad de nuestros pueblos”, reza la Declaración de Caracas.
“No exageramos si decimos que es una jornada histórica.” Su tono chévere tenía motivos: Hugo Chávez sentó a la mesa a treinta presidentes, a un vicepresidente y a dos cancilleres. Durante dos días estuvieron en Caracas debatiendo para darle vida a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac). Por primera vez todo el bloque se unió y decidió dejar afuera a los Estados Unidos y Canadá. En línea con lo que había advertido la presidenta argentina, Chávez antes de cederle la palabra a Sebastián Piñera, el nuevo presidente pro témpore de la Celac, advirtió que “ahora todo esto no puede quedar en papel, tenemos el compromiso de actuar, de prender motores”. La priorización de las coincidencias y la convicción de aprovechar en “beneficio propio y no en contra de otros” las potencialidades económicas en un mundo en crisis signaron las exposiciones mechadas con comentarios del anfitrión. “Que la Celac avance en el proceso de integración política, económica, social y cultural haciendo un sabio equilibrio entre la unidad y la diversidad de nuestros pueblos”, reza la Declaración de Caracas.

El respaldo común al reclamo de soberanía argentino en las Islas Malvinas, el repudio al bloqueo económico financiero a Cuba y la defensa de la democracia como requisito para integrar la Celac fueron sólo algunas de la veintena de declaraciones que emitió el cuerpo. Chávez, munido de un martillito de madera, dio un golpe ante la aprobación unánime de cada documento. La única disidencia se zanjó con una postergación: los presidentes no se pusieron de acuerdo sobre si las decisiones se debían tomar por consenso o debían ser sometidas a votación. Rafael Correa (Ecuador), Chávez, Raúl Castro (Cuba) y Evo Morales (Bolivia) encontraron la fórmula: mantener el criterio de consenso hasta que la próxima cumbre de Chile resuelva el tema. Correa era uno de los más críticos al criterio del consenso. Para diplomáticos argentinos ese mecanismo garantiza igualdad en un escenario donde la heterogeneidad de los países es muy grande.


Sucesión
La Celac queda en manos de una “troika”, así denominó Chávez al trío encargado de darle actividad al bloque hasta el próximo plenario que tendrá lugar en Chile. “Con el comandante Chávez y con el comandante y presidente Raúl Castro formamos una troika. ‘Viva la diferencia’ como dirían los franceses. Pensamos distinto, en una de esas podemos acercar posiciones”, dijo Piñera. Castro sucederá al presidente de Chile. La armonización de intereses tan divergentes requerirá de la maestría de los ingenieros de esta nueva estructura. En la Celac conviven países bloqueados por los Estados Unidos como Cuba, con otros que avanzan en Tratados de Libre Comercio como Chile, Perú, Colombia y México y otros con una dependencia histórica de esa relación como gran parte de las islas caribeñas.


Intereses
El presidente ecuatoriano fue el más frontal al cuestionar el rol de la Organización de Estados Americanos (OEA). “Necesitamos un nuevo sistema interamericano. La OEA ha sido históricamente capturada por los intereses norteamericanos. Esto la convierte en poco confiable para los tiempos de América latina”, dijo y abundó en que “sólo por la actitud que tuvo durante el conflicto de las Islas Malvinas merecería desaparecer”. Correa eligió como segundo tópico de su ponencia a los medios de comunicación concentrados. Remarcó que es un defensor absoluto de la libertad de prensa pero no de la “mentira”. Advirtió que el “poder fáctico planetario que constituyen los monopolios intenta reemplazar el Estado de Derecho por el Estado de Opinión y expresa los intereses del gran capital”. Chávez recordó cómo los medios habían jugado a favor de su derrocamiento en el golpe que lo sacó del poder en 2002. Evo Morales también señaló que su principal oposición la representan los medios.

El nicaragüense, Daniel Ortega, que acaba de ser reelecto, repudió el rol de los Estados Unidos en la región y la sucesión de bombardeos a Siria y a Libia. “Las potencias no tienen reparos en defender sus intereses cometiendo delitos de lesa humanidad”, repitió. Chávez se preguntó entonces “qué hubiera sido de América latina si los Estados Unidos no hubieran promovido tantos golpes de Estado”.

Poco antes, Chávez le había dado la palabra al “presidente de Honduras, Porfirio Lobos”.
–A propósito, ¿cómo está el amigo Mel Zelaya? –siguió el venezolano ante la incomodidad de Lobos, que terminó presidente tras una elección condicionada luego del derrocamiento de Zelaya.
–Muy bien, me pidió que le mande saludos. ¡¡Qué bien se lo ve!! No parece que estuviera enfermo –devolvió el hondureño y pasó a hablar de las bondades de la integración regional.

El colombiano Juan Manuel Santos se hizo cargo del pedido de las FARC y ELN para que la Celac intercediera en el proceso de paz. “La paz es una cuestión de Colombia, tengo la mejor predisposición a sentarme si advierto que ellos están dispuestos a conversar seriamente. Agradezco a la Celac”, dijo tras recordar el asesinato de cuatro rehenes hace pocas semanas. El colombiano también aludió a la necesidad de afianzar el comercio intrarregional, tal como había planteado Cristina Kirchner en la convicción de darle contenido concreto a la integración y señaló que “ahora no es como antes que todas las inversiones venían de los Estados Unidos”. Chávez instó a formar un Fondo de Reservas “con aporte de todos los países de la región. ¿O no confiamos en nosotros? ¿Confiamos más en la banca de Basilea?”.

“Uno de cada diez habitantes del mundo vive en la región de la Celac, crecimos a un promedio del 5,6 por ciento el año pasado y este año al 5 por ciento. La Celac es fundamental, muchos piensan que solos se puede andar más rápido pero juntos podemos llegar más lejos y seguros. Hoy, la unidad es el camino”, sintetizó Piñera, el empresario chileno que llegó a la Presidencia y quien las vueltas de la historia lo colocaron junto a Chávez y Castro en el vertiginoso proceso de diseño de este nuevo organismo.

Fuente: Página12 - 04/12/2011

02 diciembre 2011

Más allá del liberalismo y el revisionismo

LA HISTORIA EN CUESTION

Por María Pía López *


La discusión acerca de la pérdida, en algún cajón del escritorio de Mitre, de la copia de un Plan de operaciones para el Río de la Plata que habría escrito Mariano Moreno, ponía en escena el procedimiento para constituir una historia ejemplar.

Jean Pierre Faye comienza un libro monumental sobre Los lenguajes totalitarios, afirmando la centralidad de las narraciones: “ya que la historia no se hace más que narrándose, una crítica de la historia no puede realizarse más que relatando cómo la historia, al narrarse a sí misma, se produce”. Y es claro que allí introduce un doble juego, a partir de los, por lo menos, dos significados de la palabra historia: el que refiere a los hechos y el que remite al relato –o a la disciplina de conocimiento. Desde hace unos años, se preserva la palabra historiografía para mencionar los estudios e historia para aludir a los sucesos. Pero el léxico no alcanza para disociar algo que no puede disociarse, aun entre los más confiados militantes del dato positivo: y eso es que el relato sobre el pasado, las interpretaciones, son constitutivos, interiores, a los hechos del presente. Incluso cuando se pretendan a sus espaldas, la propia renuencia los vuelve actores de una escena a la que desdeñan.
Las sociedades requieren la narrativa del pasado. Ya sea bajo la forma de memoria, de símbolos comunes, de relatos escolares o de texturas míticas. Lo sabía Mitre cuando participa de la Galería de celebridades argentinas e impulsa una suerte de santoral patriótico, destinado a una pedagogía cívica y, a la vez, a una división maniquea de lo moral y lo inmoral. Incluso lo sabía más que Sarmiento, que no podía dejar de adosar a sus confrontaciones una extrema apuesta literaria, que lo volvía, rápidamente, objeto de desconfianza porque quedaba a la vista –a primera vista– que lo suyo no eran los datos sino la enfática presentación de los problemas para despertar de ese modo voluntades adormecidas. Mitre cultiva la reticencia, probablemente más efectiva. Mientras hace el ademán de sustentarse en los datos y documentos.
El revisionismo se desplegó discutiendo esa presunta relación y señalando hasta qué punto era un sendero cargado de omisiones y malinterpretaciones. La discusión acerca de la pérdida, en algún cajón del escritorio de Mitre, de la copia de un Plan de operaciones para el Río de la Plata que habría escrito Mariano Moreno, ponía en escena el procedimiento para constituir una historia ejemplar. En esa confrontación se fue desplegando una narrativa con más gusto por la inversión de las hagiografías mitristas que por el debate sobre la armazón en la que esta se sustentaba. Tanto en lo que hace a la idea de una intencionalidad que organiza los acontecimientos como en la imagen de una división moralizante y maniquea. La nación y la antinación sería el eje organizador de un mundo de experiencias, trayectos biográficos y confrontaciones bastante más ambiguos en su existencia que en su relato.
La narrativa revisionista es muy potente porque recrea la potencia de su adversaria, pero le agrega la denuncia al ocultamiento y la malversación. No son relatos superfluos en sociedades que recuerdan su pasado como hitos de injusticia. La historia académica contemporánea –que produce interesantes líneas de interpretación, dentro de las instituciones universitarias y de investigación que no pueden señalar el apoyo estatal como escuálido– ha tratado de aliviarse de los sayos anteriores y producir un conocimiento menos apremiado por las pretensiones del presente.
No quiso ser revisionista pero tampoco mitrista. Y quizás en esa negación que le abrió caminos productivos en la renovación historiográfica, está su dificultad para incorporarse a los debates contemporáneos. Porque cuando lo hace, como puede verse en la carta de Hilda Sábato, Juan Suriano y Mirta Lobato –y en la suerte de adhesión que a sus argumentos hace Beatriz Sarlo en La Nación–, realiza un ademán escandalizado e interpreta una discusión sobre las narraciones pertinentes o deseables sobre el pasado como una amenaza totalitaria o un peligro. Luego de los muchos intentos de autonomizar el campo historiográfico y de considerar rota la doble herencia liberal/revisionista, cuando deciden intervenir, lo hacen comprendiendo la historia como moral y previendo una relación inmediata y profunda entre los relatos y los hechos políticos. Pero si creían esto, ¿por qué tanta prescindencia de esfuerzos en desplegar narrativas complejas capaces de interpelar no sólo al lector experto sino al ciudadano, narrativas capaces de conjugarse con la vida pública argentina?
El neo-rrevisionismo sí lo ha hecho, y no ha evitado la apuesta a los lenguajes comunicacionales más recientes para desplegar su posición por la historia. No son pocas las discusiones que algunas intervenciones desplegadas desde sus militantes merecen, pero es claro que aquello que incita a un debate tiene un valor que la mera reproducción de las lógicas anteriores –que generan confortables inscripciones en la reproducción del círculo académico– no tiene. En términos públicos. Hasta hace unos años –no conozco los criterios 2011 de evaluación– la escritura de artículos para medios de comunicación o revistas sin referato era motivo de malas puntuaciones en el CONICET: es decir, bajaba la consideración de los artículos publicados en lugares adecuados, como una mancha contaminante que mostraba que lo legítimo era sólo una parte de los intereses. ¿Por qué la alarma ante una institución que alojaría a cultores de una historia no académica, que hacen de sus narrativas una intervención pública persistente?
Mucho para discutir, decía, porque no se puede aceptar con comodidad, en estos tiempos tan complejos y nuevos de la Argentina, la afirmación de un relato moral y ejemplar. Menos aun que se sustente sobre un nacionalismo empobrecido y empobrecedor, que usa como criterio de valoración el origen territorial, como se desprende de las intervenciones realizadas, en estos días, por Pacho O’Donnell.
Nuestra cultura, la de los países de América Latina, estaría en riesgo: porque muchos de sus momentos intensos y creativos fueron desplegados en relación a la traducción y al intercambio. Lo hizo el movimiento antropófago en el Brasil de los ’20 cuando arrojó “tupi or no tupi: that is the question”, y allí la lengua shakespereana se parodiaba y extremaba en la fundación de una vanguardia indigenista. Antes lo hizo Mariano Moreno con la traducción del Contrato social de J.J. Rousseau y su conversión en texto escolar. O José Artigas leyendo con atención al federalismo norteamericano. Y más an, José Carlos Mariátegui, quien pudo ser llamado el primer marxista latinoamericano, porque supo apostar al socialismo sin calco ni copia.
Y se ve que ya estos nombres implican una apuesta y un problema. O varios. Porque el flamante Instituto Dorrego planea el estudio de ciertas biografías y obras, y omite otras. Por ejemplo, sí Haya de la Torre y no Mariátegui. ¿Cuáles serían las razones para que una de las obras más originales y profundas de América Latina sea omitida? Omisiones, pero también secuencias que merecen un desmenuzamiento detenido, porque incorporan al rosismo en una serie que es claramente legitimadora, omitiendo considerar la lógica de constitución del poder, la relación con el mundo indígena y una ampliación del carácter latifundista de la propiedad de la tierra, que lo ponen en las antípodas, por ejemplo, de la experiencia artiguista en la Banda Oriental.
Cada uno de estos temas merece una amplia discusión. En la que sin dudas se requerirán documentos, narraciones y textos también extranjeros. Ni alarma, entonces; ni estrechez nacionalista: la cultura argentina tiene profundas reservas de pensamientos activos, capaces de leer con agudeza lo que no produce pero también de ejercer los necesarios desvíos. Allí, en nuestro pasado reciente, están las sagaces lecturas de John W.Cooke para evidenciarlo. Pero esa complejidad y esa asunción de la riqueza que tenemos como lectores no provincianos (y ahí recordemos, una vez más, a Borges), es lo que nos permitirá constituir relatos sobre el pasado tan profundos e innovadores como el presente que los requiere.

* Socióloga y ensayista y docente de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
Fuente: Tiempo Argentino - 01/12/2011