29 febrero 2012

La causa de las Malvinas

Una errónea visión alternativa
Por Atilio A. Boron * 
Es bueno que en la Argentina haya irrumpido una discusión acerca de qué actitud tomar en relación con las islas Malvinas. Desde hace mucho este país estaba atrapado entre las secuelas paralizantes de la ignominiosa derrota sufrida hace casi treinta años –producto de la incompetencia, fanfarronería y demagogia de la dictadura genocida– y la vía muerta de una estrategia diplomática que pese a su perseverancia no rindió frutos porque el mal llamado “orden mundial” es en realidad un cruento e injusto desorden en donde sólo por excepción deja de regir la ley del más fuerte. Es de celebrar que en fechas recientes el gobierno nacional haya modificado algunos aspectos de esta estrategia, buscando nuevos y valiosos aliados regionales para inclinar a su favor una correlación de fuerzas que en el uno a uno de la diplomacia convencional entre el Reino Unido y Argentina, nos conducía inexorablemente a un nuevo ciclo de decepciones. Gracias a las torpes provocaciones de David Cameron, la causa de las Malvinas se latinoamericanizó y Londres acusó el impacto al ver que su pertinaz colonialismo suscitaba creciente repudio a la vez que solidaridad con la Argentina en esta parte del mundo y que Washington admitía, para desasosiego británico, que había un problema de soberanía que debía discutirse bilateralmente. Y es lógico que el tema se haya latinoamericanizado, porque la controversia sobre la soberanía del archipiélago involucra al menos tres aspectos que hacen al interés común de América latina: a) la explotación de recursos naturales de nuestros espacios marítimos, renovables (si no se los depreda), como la pesca, y no renovables, como el petróleo; b) el acceso a la Antártida, fuente segura de enormes riquezas minerales e hidrocarburíferas cuyo tratado, que deja “congelados” los reclamos de soberanía sobre ese territorio, debería ser renovado en fechas próximas; y c) el acceso al paso bioceánico a través del Estrecho de Magallanes, de extraordinaria importancia en la hipótesis de que por diversos motivos fuese inoperable el Canal de Panamá. Estas cuestiones, como es obvio, no pueden ser indiferentes para la región, y muy en especial para los países sudamericanos. La causa subyacente de las bravatas del anodino premier británico son los graves problemas económicos (hasta ahora disimulados) y sociales (indisimulables) que atribulan al Reino Unido. Baste recordar que hace menos de un año multitudinarias protestas populares culminaron con saqueos e incendios en las principales ciudades británicas, las que impulsaron a Cameron a escalar el diferendo militarizando aún más al Atlántico Sur y violando los acuerdos regionales que velan por la desnuclearización de esta parte del mundo, incluyendo en el juego a la figura del príncipe Guillermo con toda la carga simbólica que esto implica y yéndose de boca con afirmaciones tales como que la Argentina era un país colonialista, lo que en cuestión de minutos convirtió al émulo de Margaret Thatcher en el hazmerreír universal, toda vez que más de la mitad de los territorios aún sometidos al yugo colonial tienen como potencia dominante al Reino Unido, entre ellas nada menos que Gibraltar, en las puertas de Europa. Esto produjo la paradójica coincidencia de España con la Argentina en sus reclamos anticolonialistas, ante las cuales Londres respondió con su acostumbrado desprecio por la legalidad internacional. Ante la complejidad que tiene la lucha por recuperar a las islas, es importante que en la Argentina se debata el asunto con la seriedad que se merece, sin patrioterismo, pero también sin desaprensivos cosmopolitismos, entre otras cosas porque de por medio están los seiscientos cuarenta y nueve jóvenes argentinos que fueron sacrificados en la guerra, los más de mil que regresaron heridos y mutilados, los muchos que se suicidaron después y la afrenta que representa para el honor de este país los reclamos de los miles de conscriptos que aún no obtienen del Estado nacional el resarcimiento que se merecen por los servicios prestados en la guerra. Esta advertencia viene a cuento porque en los últimos días se ha desencadenado entre un grupo de intelectuales y publicistas críticos del Gobierno una especie de torneo para ver quién adopta posturas más anglófilas y entreguistas, con argumentos que ofenden la inteligencia de los argentinos y llenan de regocijo al Foreign Office. Uno de los disparates más significativos es el que dice, en línea con los pretextos de Londres, que la Argentina debería consultar a los isleños si es que aceptan o no que las islas sean reincorporadas al patrimonio nacional. Se apela, erróneamente, a la doctrina de la “autodeterminación nacional”, lo que le permitió al historiador Luis Alberto Romero (en una columna publicada en el diario La Nación) y a un grupo de 17 intelectuales y publicistas proponentes, según ellos, de una mirada alternativa sobre la cuestión de las Malvinas, renunciar alegremente y sin más miramientos al legítimo derecho que le asiste a la Argentina y dar por definitivamente perdida una batalla que este país viene librando desde hace 179 años. Quienes postulan la doctrina de la “autodeterminación nacional” se olvidan de que ésta sólo es aplicable a condición de que se cumpla con un requisito inescapable: que quienes se amparen en ese derecho sean los pobladores autóctonos de un territorio, lo que no ocurre en el caso de las Malvinas. La escasa población argentina que había en las islas fue desalojada por una fuerza expedicionaria británica que se apoderó violentamente del archipiélago y estableció, en su lugar, una pequeña colonia que al cabo de casi dos siglos no supera las tres mil almas. Esa viciosa modalidad de adquisición territorial se llama, en el derecho internacional, “conquista”, y de por sí invalida cualquier pretensión de legitimar la presencia post festum de los intrusos auscultando su voluntad o no de perpetuar los efectos de la conquista gracias a la cual se apoderaron de unas tierras que no eran suyas. La inconsistencia del argumento es más que evidente y no se necesita ser un eminente jurisconsulto para comprobarlo. Propongo el siguiente experimento mental: imaginemos lo que habría ocurrido si la Argentina hubiera sido una gran potencia y a comienzos del siglo diecinueve hubiese ocupado militarmente una dependencia británica, próxima a sus costas, como por ejemplo la Isla de Man, expulsando al puñado de ingleses que la habitaban e instalado allí una pequeña comunidad de argentinos amparados por la permanente presencia de un destacamento armado. Los reclamos de la corona británica eran sistemáticamente desoídos y una medida desesperada para recuperar la isla por las armas –tomada cuando en Inglaterra el fantasma de Cromwell y los sentimientos antimonárquicos preanunciaban una crisis política de enormes proporciones– permitió su transitoria reintegración al dominio británico, sólo para que, poco después, sus tropas sufrieran una aplastante derrota a manos de la potencia colonizadora sudamericana. Luego de ello Londres prosiguió con sus infructuosos reclamos mientras una arrogante Buenos Aires ratificaba su absoluto rechazo a cualquier inicio de conversaciones sobre el tema, so pretexto de que nada podía hacerse contra la voluntad de los isleños, descendientes de quienes la ocuparon por la fuerza dos siglos atrás. Seguramente que, en este caso, los actuales cosmopolitas que nos aconsejan olvidarnos de las Malvinas se habrían rasgado las vestiduras ante esta sucesión de atropellos al derecho de gentes, el desprecio por la negociación diplomática y el desacato a las resoluciones de las Naciones Unidas. Pero ya no como un experimento mental, sino como una palpable realidad, esto es lo que Londres ha venido haciendo desde 1833, y es por ello que se rehúsa a sentarse a una mesa de negociaciones, honrar las reiteradas recomendaciones del Comité de Descolonización de Naciones Unidas y la Resolución 2065 de la Asamblea General, que insta a las partes a buscar una solución pacífica al diferendo, cosa a la cual el Reino Unido se ha negado sistemáticamente. Y lo hace porque el Foreign Office es consciente de que toda la legislación internacional le juega en contra, que su acto de piratesca apropiación de unas islas que no eran suyas es insanablemente ilegal e ilegítimo –y lo mismo vale para el Peñón de Gibraltar– y ni siquiera mil años de ocupación podrán redimir a los invasores británicos de ese pecado de origen. Tal como lo recordara Fidel Castro pocos días atrás, una vez iniciada la negociación diplomática los ingleses no tendrán más remedio que irse porque sólo les asiste el hecho desnudo de la conquista y la fuerza. En el caso de las Malvinas, como en cualquier otro en donde un territorio haya sido arrebatado a otro país por la vía de la conquista, la doctrina que se aplica no puede ser la de la “autodeterminación nacional”, por las razones arriba expuestas, sino la de la “integridad territorial”, que establece que ningún Estado tiene derecho a apropiarse de un territorio que pertenece o se halla bajo la jurisdicción de otro. Según esta doctrina, la “consulta a los deseos de los isleños” es irrelevante a la hora de resolver la cuestión de la soberanía, aunque va de suyo que si las Malvinas llegaran a retornar algún día a la Argentina (en un futuro que sin dudas está muy lejano, aun cuando Londres decida dejar de violar la legalidad internacional y obedezca el mandato de la ONU) el modo de vida de los isleños, su lengua y sus tradiciones deberían ser incondicionalmente respetadas y la Argentina debería aceptar, como lo han hecho Bolivia y Ecuador, el desafío de construir una comunidad política binacional, bilingüística y multicultural. Pero esto nada tiene que ver con la cuestión de la soberanía: lo que proponen quienes apelan a la “autodeterminación” de los isleños es desacertado jurídicamente y, para colmo, sus confusas lucubraciones tienen un tinte visceralmente antikirchnerista que arroja un espeso manto de sospecha sobre su abstracto cosmopolitismo y su distorsionada aplicación del discurso de los derechos humanos a una situación que poco o nada tiene que ver con ellos.
* Politólogo.
Fuente: Página12 - 29/02/2012

28 febrero 2012

Grecia: Emotivo discurso de Mikis Theodorakis

La verdad sobre Grecia

Existe una conspiración internacional cuyo objetivo es darle a mi país el golpe de gracia. El asalto se inició en 1975 contra la cultura griega moderna; luego continuó con la descomposición de nuestra historia reciente y nuestra identidad nacional y, ahora, trata de exterminarnos físicamente con el desempleo, el hambre y la miseria. Si los griegos no se sublevan para detenerlos, el riesgo de extinción de Grecia es real. Podría ocurrir en los próximos diez años. Lo único que sobreviviría a nuestro país sería el recuerdo de nuestra civilización y de nuestras luchas por la libertad.
Hasta 2009, la situación económica en Grecia no era muy grave. Las grandes heridas de nuestra economía fueron el excesivo gasto militar y la corrupción de una parte del mundo político, financiero y de los medios. Pero también son responsables algunos países extranjeros, entre ellos Alemania, Francia, Inglaterra y Estados Unidos, que ganaron miles de millones de euros a costa de nuestra riqueza nacional vendiéndonos año tras año equipamiento militar. Esta hemorragia constante nos impidió avanzar mientras que enriquecía a otros países. Lo mismo se podría decir en lo que respecta al problema de la corrupción. Por ejemplo, la empresa alemana Siemens tenía una agencia especial dedicada a corromper a los griegos con el fin de que éstos diesen preferencia a sus productos en nuestro mercado. Así, hemos sido víctimas de este dúo de depredadores, alemanes y griegos, que se enriquecieron a costa del país.
Es obvio que estas dos grandes heridas podrían haberse evitado si los líderes de ambos partidos políticos proyanquis no se hubiesen dejado corromper. Esa riqueza, producto del trabajo del pueblo griego, se drenó hacia países extranjeros y los políticos trataron de compensar las pérdidas mediante préstamos excesivos que dieron lugar a una deuda de 300 billones de euros, un 130% del Producto Nacional Bruto.
Con una estafa así, los extranjeros ganaban por partida doble: en primer lugar mediante la venta de armas y de sus productos y, en segundo, con los intereses sobre el capital que le prestaban al gobierno, no al pueblo griego que, como hemos visto, fue la principal víctima en ambos casos.
El año pasado, el presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, declaró que era consciente de la masiva fuga de capital que tenía lugar en Grecia a causa del alto costo del material militar, comprado principalmente a Alemania y Francia. Añadió que había llegado a la conclusión de que los fabricantes de armas nos estaban llevando a un desastre seguro. Sin embargo, confesó que no hizo nada para contrarrestarlo… ¡Para no perjudicar los intereses de países amigos!
En 2009, el Pasok de Papandreu obtuvo el 44% de los votos. Ahora, las encuestas no le dan más del 6%.
Papandreu habría podido enfrentarse a la crisis económica (que era un reflejo de la de Europa) con préstamos bancarios al interés habitual, es decir, por debajo del 5%. Si lo hubiera hecho, nuestro país no habría tenido problemas. Como estábamos en una fase de crecimiento económico, nuestro nivel de vida habría mejorado.
A continuación, Papandreu y su ministro de Hacienda iniciaron una campaña de descrédito que duró cinco meses, durante los cuales trataron de persuadir a los extranjeros de que Grecia, al igual que el Titanic, se estaba hundiendo y de que los griegos son corruptos, perezosos e incapaces de hacer frente a las necesidades del país. Las tasas de interés subían después de cada una de sus declaraciones y todo eso contribuyó a que Grecia dejase de poder contraer préstamos y nuestra adhesión a los dictados del FMI y del Banco Central Europeo se convirtiese en una operación de rescate que, en realidad, es el principio de nuestro fin.
Pero en el verano de 2009, cuando Papandreu se reunió en secreto con Strauss-Kahn para poner a Grecia bajo la tutela del FMI, ya había iniciado su conspiración contra el pueblo griego. Fue el exdirector del FMI quien hizo esta revelación.
Para lograrlo, fue necesario falsificar la situación económica de nuestro país con el fin de que los bancos extranjeros se asustasen y aumentasen hasta niveles prohibitivos las tasas de interés que exigían por los préstamos. Aquella costosa operación se inició con el incremento artificial del déficit público, desde el 12% al 15% para el año 2009.
En mayo de 2010, el ministro de Finanzas firmó el Memorándum, es decir, la sumisión de Grecia a nuestros prestamistas. Según la ley griega, la adopción de un acuerdo como éste debe presentarse al Parlamento y necesita la aprobación de las tres quintas partes de los diputados. Eso significa que tanto el memorándum como la troika que nos gobierna son ilegales, no sólo desde el punto de vista de la legislación griega, sino también de la europea.
Desde entonces, si considerásemos que nuestro viaje hacia la muerte es una escalera de veinte peldaños, ya hemos recorrido más de la mitad del camino. El Memorándum regala a los extranjeros nuestra independencia nacional y la propiedad de la nación, es decir, nuestros puertos, aeropuertos, carreteras, electricidad, agua, todos los recursos naturales (subterráneos y submarinos), etc. A éstos hay que añadir nuestros monumentos históricos, como la Acrópolis, Delfos, Olimpia, Epidauro y otros, ya que hemos decidido no hacer valer nuestros derechos.
La producción ha disminuido, la tasa de desempleo ha aumentado hasta el 18%, 800.000 negocios, miles de fábricas y cientos de artesanos han cerrado. Un total de 432.000 empresas han quebrado. Decenas de miles de científicos jóvenes están abandonando nuestro país, que se hunde cada vez más en las tinieblas de la Edad Media. Millares de personas que tenían una buena posición hasta hace poco, ahora buscan comida en los contenedores de basura y duermen en las aceras.
Hoy, domingo 12 de febrero, Manolis Glezos –el héroe que arrancó la cruz gamada de la Acrópolis y con ello dio la señal que marcó el comienzo no sólo de la resistencia griega, sino también la resistencia europea contra Hitler– y yo vamos a participar en una manifestación en Atenas. Nuestras calles y plazas se llenarán de cientos de miles de griegos que expresan su ira contra el gobierno y la troika.
Ayer escuché a nuestro primer ministro-banquero cuando, dirigiéndose al pueblo, dijo que ya casi hemos tocado fondo. Pero ¿quién nos ha llevado a ese fondo en sólo dos años? Son los mismos que, en vez de estar en la cárcel, amenazan a los diputados con votar un nuevo Memorándum peor que el anterior. ¿Por qué? Porque eso es lo que el FMI y el Eurogrupo nos obligan a hacer con amenazas: si no obedecemos, será la quiebra… Es una situación totalmente absurda. Grupos griegos y extranjeros que nos odian y que son los únicos responsables de la situación en que está nuestro país, nos amenazan y nos chantajean para seguir destruyéndonos hasta nuestra extinción definitiva.
Luché con las armas en la mano contra la ocupación nazi. Conocí los calabozos de la Gestapo. Fui condenado a muerte por los alemanes y sobreviví milagrosamente. En 1967, fundé el Frente Patriótico (Patriotikò Mètopo, PMA), la primera organización de resistencia contra la junta militar. He luchado en la clandestinidad. Fui detenido y encarcelado en el matadero de la policía de la Junta. Pero sigo aquí. Tengo 87 años y es muy probable que el día de la salvación de mi querida patria no esté entre vosotros. Pero voy a morir con la conciencia tranquila, porque cumpliré hasta el final con mi deber para con los ideales de libertad y derecho.
Fuente: Miradas al Sur, 26.02.12

MALVINAS Y UN DOCUMENTO DE INTELECTUALES OPOSITORES

La alarma por la “agitación nacionalista”

Por Edgardo Mocca


El documento que firma un grupo de intelectuales a propósito de la cuestión Malvinas carece, curiosamente, de toda referencia concreta y explícita a los últimos movimientos diplomáticos ejecutados por el Gobierno de nuestro país sobre el tema. Nada dice de los acuerdos alcanzados en el Mercosur prohibiendo el atraque de buques con bandera de “Falklands” en los países que lo integran, incluido Chile, país asociado del bloque. No hay referencia alguna a la denuncia presentada ante el Consejo de Seguridad de la ONU por lo que se entiende como un proceso creciente de militarización de las islas por parte del Reino Unido. Tampoco se mencionan las permanentes resoluciones del Comité de Descolonización de la ONU instando a un diálogo entre el Reino Unido y la Argentina, que los británicos desoyen sistemáticamente.
La diatriba se encamina más bien hacia temas más permanentes de nuestra relación con las Malvinas. El primero de ellos concierne a la necesidad de una “crítica pública” por la adhesión popular a la ocupación militar de las islas por la dictadura militar. Planteo algo indescifrable: ¿quién debería hacer una crítica (o una autocrítica) por aquellas concurridas plazas de 1982? No es, claro está, este Gobierno, porque constituiría un anacronismo, ya que en aquel tiempo no existía. Desde el punto de vista de la opinión pública, habrá que aceptar que las críticas y las autocríticas tendrían la obvia diversidad que corresponde al pluralismo. Habrá quien critique parcialmente aquella adhesión, quien la descalifique de modo plenario y (¿por qué no?) quien crea que estuvo bien. La única forma de conocer una opinión colectiva soberana sería convocar una consulta popular.
El objeto principal del ataque es la “agitación nacionalista”, de la que acusa por igual a ambos gobiernos (en el único ademán crítico del documento a Gran Bretaña) y en la que incluye a la oposición argentina. Habla de la “enormidad de esos actos” (sin que quede para nada claro a qué actos se refiere) y de su desmesura con la importancia real de la “cuestión Malvinas”. Debe entenderse que el debate se plantea alrededor de la inclusión del conflicto en la agenda política nacional. Al respecto hay que decir que los constituyentes limpiamente elegidos por el voto popular incluyeron en la Constitución reformada en 1994 una cláusula transitoria que sostiene la “legítima e imprescriptible” soberanía argentina sobre el archipiélago. De manera que, mientras rijan tanto el texto constitucional como el dominio británico de facto sobre las islas, no existe la opción de gestionar la recuperación de ese territorio o dejar de hacerlo; la acción recuperatoria es una obligación del Estado argentino y, por lo tanto, de cualquier fuerza que ejerza el gobierno. Los intelectuales tienen todo el derecho a pensar que quienes redactaron la cláusula constitucional estaban atacados por un patrioterismo enfermizo, pero para modificar ésa o cualquier otra de sus disposiciones hace falta una reforma constitucional.
Indignados por el lugar relevante que el tema ha ocupado en la escena política, los autores, sin embargo, han decidido poner el tema en el centro de su propia agenda. Es decir que, ante el presunto intento de malvinizar la política, han asumido el reto y se disponen a desmalvinizarla. El gran hallazgo de la nueva alternativa que proponen es una mezcla del derecho a la autodeterminación y el respeto por los derechos de los actuales ocupantes del territorio. Son “sujetos” de derecho, dicen. Es razonable: todos los seres humanos somos “sujetos de derecho” en una comprensión democrática de la cuestión. Está muy bien contemplar los derechos de los isleños, pero la soberanía política no es un derecho subjetivo: la ejercen o la reclaman los Estados nacionales. Y el territorio de Malvinas no es hoy un Estado independiente. Su gobierno está en manos de un funcionario designado por el Estado británico. La invocación de la autodeterminación no corresponde a los pobladores de un territorio ocupado ilegalmente por la nación de la que provienen buena parte de ellos. Esto no debería ponerse en duda en una discusión que se pretende seria.
Otra cuestión es el tipo de trato que debe tener la Argentina con esos pobladores. En un artículo escrito para el diario Página 12, el especialista en cuestiones internacionales, Juan Tokatlian, hace al respecto interesantes sugerencias, pero sostiene de modo inequívoco que el mejoramiento de las relaciones con los habitantes de las islas no tiene por qué contraponerse con las gestiones diplomáticas por la recuperación del territorio. Los innegables derechos humanos de los actuales pobladores de Malvinas no los convierten en principal interlocutor orgánico de nuestro país en el conflicto, sencillamente porque no componen una comunidad política estatal-nacional sino una dependencia del Reino Unido. No hay una silla de las “Falklands” en la ONU y resulta lamentable una propuesta que parece insinuar el deseo de que la haya. El interlocutor de la Argentina en el conflicto por Malvinas es, inequívocamente, el Reino Unido.
¿Son finalmente argentinas las Malvinas? La ambigüedad del documento es significativa al respecto. La siguiente frase es, por su autocontradicción, muy ilustrativa: “La afirmación obsesiva del principio ‘Las Malvinas son argentinas’ y la ignorancia o desprecio del avasallamiento que éste supone debilitan el reclamo justo y pacífico de retirada del Reino Unido y su base militar, y hacen imposible avanzar hacia una gestión de los recursos naturales negociada entre argentinos e isleños. ¿Por qué sería justo y pacífico nuestro reclamo de retirada del Reino Unido si no lo es el principio Las Malvinas son argentinas?” Las expresiones desprecio, avasallamiento son pura retórica; la contradicción del argumento está a la vista, a no ser que el reclamo por el retiro de los británicos y su base militar se haga en nombre de las “Falklands” independientes.
En el mismo sentido, dicen los intelectuales que es contradictorio que la Argentina pida negociaciones en la ONU y afirme que nuestra soberanía es innegociable. No sé en qué documento figura este último término y los autores no lo dicen, pero puede aceptarse que haya sido usado (recordemos que la Constitución dice legítimo e imprescriptible). Ahora bien, lo que el gobierno argentino ha pedido y continúa pidiendo en la ONU es diálogo. Todo diálogo, se dirá, implica un grado de negociación. Desde el punto de vista argentino -no de los fanáticos de Malvinas, sino de los argentinos- el diálogo supone gestión recuperatoria de Malvinas: sería inconstitucional una decisión de renuncia a la soberanía. Eso no quiere decir que no haya un amplio margen para la negociación. Se pueden negociar formas, tiempos, mutuas concesiones y muchas otras cosas; en eso, es de suponerse, consistiría el diálogo. ¿Qué es lo que demandan los intelectuales? ¿Que la Argentina renuncie a la soberanía para abrir un diálogo sobre la pesca, el petróleo y otros recursos naturales? Pues bien, amigos intelectuales, ese es justamente el punto de vista británico.
La ambigüedad respecto de los derechos soberanos argentinos en Malvinas desaparece en el curso de la argumentación y es reemplazada por su lisa y llana negación, como se desprende de esta oración: “…el intento de devolver las fronteras nacionales a una situación existente hace casi dos siglos -es decir: anterior a nuestra unidad nacional y cuando la Patagonia no estaba aún bajo dominio argentino- abre una Caja de Pandora que no conduce a la paz”. Por otro lado, la condena a la guerra de hace tres décadas se articula curiosamente, además, con la exigencia de que nuestro país admita “lo injustificable del uso de la fuerza en 1982 y la comprensión de que esa decisión y la derrota que la siguió tienen inevitables consecuencias de largo plazo”. Es decir, la guerra fue un horror (solamente del lado argentino, claro) pero sus consecuencias son sacrosantas.
El documento es una sistematización elegante de algunos de los tópicos que han saturado en estos días las páginas de Clarín y La Nación y los micrófonos y pantallas de sus cadenas mediáticas. Por primera vez en mucho tiempo, la oposición político-partidaria no los acompañó. Tal vez porque comprobaron en octubre último los resultados de la comprensión de la disputa con el kirchnerismo como una cuestión de ser o no ser de la república. El grupo intelectual que produjo este documento, igual que los grandes medios, no somete su suerte al veredicto de las elecciones.
Algunos de los firmantes han hecho aportes importantes a la cultura democrática de nuestro país. Este documento, decididamente, no es uno de ellos.

Fuente: Revista Debate - 24/02/2012


25 febrero 2012

Crónica de un mal inicio anunciado

¿COMUNAS EN SERIO O COMUNAS DESVIRTUADAS? 
El Movimiento Comunero
a los/as vecinos/as de la Ciudad de Buenos Aires

Los primeros pasos comunales
El Consejo Comunal de la Comuna 10 se autoconvoca después que la Junta Comunal lo convocara un día y lo desconvocara al siguiente por "órdenes superiores", lo que no es aceptado por los vecinos y organizaciones. En la Comuna 4 dos Juntistas Comunales rechazan la convocatoria a inscribirse en el registro hecha por el Presidente y envían una carta documento rechazando la fecha de "cierre" de dicho registro y la citación a constituir varios consejos comunales. En muchas Comunas ni las Juntas Comunales ni los Consejos Comunales tienen espacios previstos para cumplir sus funciones y en algunas de ellas como en las Comunas 5 y 12, ni siquiera tienen edificio propio, lo que está generando problemas y tensiones innecesarias. En la Comuna 14 un vecino solicita presenciar las reuniones de la Junta Comunal y como no saben que responderle, consultan a la Dirección de Asuntos Comunales de la Procuración General, creada de apuro contradiciendo la autonomía comunal establecida en la ley. En la Comuna 11 los vecinos detectan que varios Juntistas del partido gobernante tienen, a su vez, contratos en la también creada de apuro UAC y están investigando si cobran doble sueldo. El Gobierno Central viola la ley 70 al no asignar a cada Comuna un presupuesto descentralizado propio y pretender manejarlo centralizadamente desde el Gobierno Central; lo que ya está provocando la preparación de varios amparos y demandas penales. En la Comuna 13 los vecinos viendo que no se les había dado participación en la elaboración del presupuesto y plan de acción comunal para el 2012, recogen rápidamente más de 1000 firmas para solicitar una Audiencia Pública a efectos de plantear los 25 problemas y 4 proyectos que desean sean resueltos durante el año en su Comuna.
En fin, los primeros pasos comunales muestran un cuadro de imprevisiones, incompetencias e incumplimiento de las leyes por parte de las autoridades y un inicio de enfrentamientos y conflictos nada saludables para la nueva institución.

Las casualidades no existen
Esta situación no es producto de la casualidad. Desde el inicio se hicieron propuestas para llegar a la iniciación de las Comunas en forma seria y responsable y constantemente, desde distintos foros, se fue advirtiendo públicamente lo que podríamos denominar "Crónica de un mal inicio anunciado".

Concientes de la importancia que las Comunas tendrían para mejorar la vida de la Ciudad de Buenos Aires, en el año 2006 – apenas sancionada la Ley Orgánica de Comunas 1777 – los vecinos aportan a la Legislatura y al Poder Ejecutivo un cronograma que contemplaba todas las dimensiones y pasos a cubrir en este complejo proceso de transición a las Comunas. Nunca se analizó ni discutió seria y responsablemente esta propuesta, ni se presentó otra que la suplantara. Sencillamente, desde el 2006 hasta que las Juntas Comunales fueron elegidas, no se elaboró ningún plan de transición a las Comunas.
En octubre de 2009 se promulga la Ley 3.233 que imponía al Poder Ejecutivo, entre otras obligaciones, iniciar un programa intensivo de difusión y formación pública relacionado con el proceso de descentralización y realizar campañas de esclarecimiento y divulgación mediante el uso del sistema de medios de publicidad públicos, con referencia a dicho proceso. y los comicios que oportunamente se lleven adelante.

En abril de 2011 – 18 meses después de promulgada aquella Ley y a menos de 3 meses de las elecciones Comunales – una encuesta realizada por la Defensoría del Pueblo de la CABA reveló que el 82% de la población encuestada nunca había escuchado hablar de las Comunas o aún habiendo escuchado sobre el tema no sabían que son las Comunas, ni que función cumplen o que servicios brindaran: 82 ciudadanos de cada 100 no tenían información adecuada de que debían votar Juntistas Comunales en los próximos 90 días, ni para qué.


En Marzo del 2011 Interconsejos Comunales destacaba en una nota presentada a la Comisión Tripartita de Información, Seguimiento y Control del Proceso de Transición a las Comunas la importancia institucional que representaba el mandato constitucional de organizar y poner en marcha el Poder Comunal, sus implicancias y la necesidad de "...una profunda reorganización de la estructura y funciones del Estado de la Ciudad de Buenos Aires."

Y agregaba que ante la evidente inacción de los organismos responsables de llevar a buen término esta renovación "...estas tienen una alta probabilidad de encontrarse con una estructura orgánica comunal hecha a las apuradas, sin edificios apropiados, sin personal para funcionar, sin presupuesto, sin competencias clara y específicamente transferidas con los respectivos recursos y sin un conocimiento público sobre el tema que facilite al vecino participar en el proceso fundacional del Poder Comunal"
También el MOVIMIENTO COMUNERO alertó en su declaración de abril de 2011:  Alguien quiere que las Comunas fracasen, que "nada se hizo... para preparar seriamente el profundo cambio que la implementación del Poder Comunal implica en la estructura del Estado de la Ciudad y en la vida de los barrios"

¿Porqué las Comunas son resistidas por la mayoría de la dirigencia política de la Ciudad?
---Porque a través de ellas los ciudadanos comunes pueden convertirse en actores activos y permanentes de la vida política a través de los Consejos Comunales.
---Porque esta irrupción institucional de un nuevo actor en el escenario político, desubica, molesta e irrita a otros actores que, de hecho, se habían convertido en los "dueños monopólicos" de la política. Es decir, en los dueños de la capacidad de decidir y controlar lo que tiene que ver con lo que es de todos.
---Porque al poner en práctica el mandato constitucional de organizar "sus instituciones autónomas como democracia participativa" (Art. 1º Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) las Comunas generan una profundización democrática sumamente intensa y extensa y, a la vez, provocan una fuerte oposición de quienes no quieren aceptar esta nueva realidad.

El hecho de que un Organismo de Participación Popular y autónomo (el Consejo Comunal) decida lo que quiere que se haga en su Comuna y controle al Organismo Público electivo y ejecutivo (la Junta Comunal) es una verdadera revolución institucional, que diferencia sustancialmente a las Comunas de Buenos Aires, de todas las instituciones políticas existentes en el país.

Oportunidad única de desarrollar un espíritu político constructivo en la Ciudad
Que las Juntas Comunales estén integradas por partidos diferentes y que los Consejos Comunales estén abiertos a todos los vecinos y organizaciones, configuran una oportunidad única para iniciar un camino de construcción de coincidencias y consensos entre los ciudadanos, entre los partidos y entre ambos en función exclusiva del bien común.
Pero tal camino implica de todos los actores y especialmente de aquellos que se sienten damnificados, ajustarse a la ley y respetar profundamente al nuevo actor que, a través de las Comunas, se integra activamente a la vida pública y política de la ciudad: el vecino común.
Por eso, anhelamos que los Juntistas Comunales se adapten a esta situación desarrollando "nuevas prácticas" políticas.
--Escuchando, atendiendo y acompañando los reclamos y las luchas de quienes conocemos las necesidades de nuestros barrios: los vecinos y nuestras organizaciones vecinales sociales y culturales.
--Adentrándose en todos los rincones de la ciudad y evaluando "in situ" las realidades concretas de cada barrio y los proyectos que los vecinos proponemos para mejorarlas.
--Siendo concientes del lugar que deben ocupar como mandatarios de la comunidad, obligados a cumplir con lo que deseamos los ciudadanos.
--Colaborando con transparencia en la búsqueda de coincidencias entre los vecinos y las fuerzas políticas, para construir entre todos una ciudad mejor.

Los Juntistas tienen ante sí un desafío que es la oportunidad histórica de contribuir al desarrollo y consolidación de las Comunas, y los ciudadanos reclamamos que estén a la altura del mismo trabajando para hacer realidad los proyectos que la Ciudad necesita.
Buenos Aires, enero 2012.1. Institución creada e integrada por los vecinos que participan en sus respectivos Consejos Comunales, de las 15 Comunas de la CABA. 2. Esta Comisión, creada por Ley, está integrada por representantes de Poder Ejecutivo, relacionados con las áreas atinentes al Proceso de Descentralización con rango no inferior a Subsecretario, representantes vecinales agrupados según las Comunas establecidas y los diputados integrantes de la Comisión de Descentralización y Participación Ciudadana de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Te saluda El Movimiento Comunero

El flagelo de la opresión

El verdadero rostro
del Imperio Británico
Por: Blas Alberti *

En el año 1907 un poeta británico, Rudyard Kipling, recibía el Premio Nobel de literatura. Kipling, cuyo tema constante era el Imperio Británico, había glorificado en sus escritos la epopeya de la conquista del mundo por Gran Bretaña convirtiendo a los soldados de la reina esparcidos por el mundo en héroes nacionales del pueblo inglés.
Alabado par la crítica, el poeta era disputado en las tertulias por damas y caballeros refinados que veían en él al creador de ese personaje ideal que era Tommy Atkins, tipo legendario del soldado británico, verdadero artífice de la gloria del imperio.
La era de Kipling marca el apogeo de la reina Victoria, quien en 1897 había festejado el sesenta aniversario de su ascensión al trono y ostentaba, desde 1876, por ofrecimiento de Benjamín Disraeli, forjador del imperio, el título de emperatriz de la India.
Como en los tiempos del Rey Carlos V de España, que podía afirmar que en sus dominios no se ponía el sol, la Inglaterra victoriana tenía en los versos del poeta nacional la imagen de su poder mundial: “Oh, el este es el este y el oeste el oeste y nunca uno encontrará al otro.”
Las formulaciones ideológicas del Kipling intentaban colorear la barbarie anglosajona que había depredado el mundo, convirtiéndola en una misión civilizadora fundada en la supremacía de los británicos, “Pueblo de dominadores y los únicos capaces de hacer reinar el orden y la paz, de propagar la cultura y el bienestar del mundo entero.”
En su reaccionarismo profundo, el poeta que la opulenta Europa había consagrado en el Nobel, expresaba el sentimiento del colonialismo, en estado puro, pues le horrorizaba el liberalismo, despreciaba la democracia y exaltaba “al hombre fuerte que manda a todos”. Esta idea de poder indiscutible asociado a la misión civilizadora del imperio inglés, que Kipling metaforizaba en “La carga del hombre blanco’’, se esparció por el mundo coma la virtud de un pueblo que había sido ejemplo de abnegación, inteligencia y decisión, al afrontar la empresa de difundir la civilización occidental a lo largo y ancho del planeta. Así los anglófilos de las semicolonias pudieron cantar loas al virtuosismo británico, al estilo sobrio de sus costumbres, al ejemplar modo de la democracia que se practicaba en las islas y despreciar la situación de sus respectivos pueblos como un designio que era necesario soportar naturalmente.
UNA HISTORIA DE SANGRE Y FUEGO. La historia moderna fue escrita en realidad bajo el imperio de sus más importantes beneficiarios entre los que los ingleses resultan ser los más altos exponentes. En el apogeo de su poder mundial, Inglaterra desparramó los principios liberales al resto del mundo, exaltando las bondades de la democracia, el parlamentarismo y la libertad individual, como bienes que habían sido inventados por el espíritu anglosajón para goce de la humanidad. De esa manera, quedaba borrado el pasado de horrores, crímenes y humillaciones de todo tipo que millones de hombres y mujeres de la propia Inglaterra, sumados al resto del mundo habían sufrido para hacer posible la civilización capitalista que en la orgullosa Londres tenía su capital más conspicua.
Fueron los ingleses los que, mediante el despojo y el pillaje de sus corsarios temibles –la piratería–, acumularon el oro y las piedras preciosas que abarrotaron las arcas de sus bárbaros monarcas de la época clásica. La esclavitud fue una de las perlas magníficas de esa grandeza, y todo el mundo sabe que los ingleses se destacaron como célebres tratantes de negros.
El capitalismo británico se edificó sobre una masa impresionante de cadáveres de niños y mujeres esclavizados en agotadoras jornadas de trabajo. Baste para ello recordar los horrores que se describen en los work house (casas de trabajo) de los tiempos en que Charles Dickens escribía sus truculentos folletines.
Las fábricas más que lugares de trabajo eran verdaderas cárceles en donde el propietario ejercía una autoridad omnipotente, sin leyes sociales ni nada parecido. Como dice el historiador Carl Grimberg: “Al igual que ocurrió con Oliver Twist (personaje de una novela homónima de Dickens), los patrones alquilaban o, mejor dicho, compraban niños, a las autoridades (...) de hecho una singular trata de niños, similar a la de esclavos. Se despertaban hambrientos y se acostaban agotados y con el estómago vacío; no sabían lo que eran juegos infantiles y no conocían más que el terror del látigo, y en grupos que oscilaban de cincuenta a cien eran vendidos a las empresas industriales, donde permanecían un mínimo de siete años. Cuando salían de allí solían ser hombres quebrantados (...); no era raro además que las autoridades exigieran que fueran incluidos también en tales transacciones determinado número de retrasados mentales”.
EL “ESTILO DE VIDA BRITÁNICO”. Fueron los obreros ingleses, rebelados ante las tremendas injusticias del individualismo capitalista, los que arrancaron con sus rebeliones sindicales las conquistas de reducción de horarios, prohibición del trabajo de niños y mejores condiciones de contrato. Los campeones de las clases dominantes con sus capitanes de industria, sus embajadores, sus exploradores y hombres de negocios difundían entre tanto las bondades del estilo de vida británico acallando con el terror colonizador a todos los que osaban enfrentarlos.
Contaba Stanley, el célebre aventurero encomendado por el New York Herald para encontrar a David Livingstone perdido cinco años en la selva africana, los horrores cometidos por los ingleses, pero bajo la forma de una reacción defensiva: “El 18 de diciembre, para colmo de nuestras miserias, los caníbales intentaron realizar un gran esfuerzo para destruirnos, unos subidos a las ramas más altas de los árboles que dominaban la aldea y los demás emboscados como leopardos en medio de los huertos o bien agazapados como pitones sobre haces de caña de azúcar. Furiosos por nuestras heridas, nuestro tiro se hizo más certero. Los fusiles fallaban rara vez...”
El mito de pueblos comeblancos, sin asidero científico, servía para justificar la única violencia reinante en el África, o sea, la violencia imperialista, ante la justificada actitud defensiva de los pueblos sometidos sin otra razón que el despojo.
En los 100 años de dominación inglesa en la India, nada puede decirse en favor de la pretendida acción civilizadora que loaba Kipling. La antigua civilización del Índico con sus 140 millones de habitantes en 1800, se convertiría en un codiciado mercado para las exportaciones textiles de Lancashire. Los británicos arrasaron la tejeduría artesanal de la India utilizando el método de la matanza o el refinado sistema de cortar el pulgar de las tejedoras para que estas se vieran imposibilitadas de manipular los telares. Cuando en 1857 se produjo la rebelión de los cipayos (así se llamaba a los indios incorporados al ejército colonial), como reacción por los excesos cometidos por la banda de asesinos y ladrones que constituían la East India Company, el ejército inglés masacró a miles de patriotas, amarrando sus cuerpos en las bocas de los cañones que eran disparados para escarmiento del pueblo oprimido. La antigua civilización de la India había sido destruida para edificar en ella, no una sociedad moderna y progresista, sino una nación agraria paupérrima en que la destrucción de las artesanías desencadenó el flagelo del hambre que caracterizó su existencia.
LA “CIVILIZADORA” GUERRA DEL OPIO. En el viejo Imperio Chino de principios del siglo XIX, la penetración inglesa se realizó mediante la imposición del vicio del opio entre las capas medias y altas de la sociedad. “Desde que el imperio existe, jamás hemos experimentado peligro semejante. Este veneno debilita a nuestro pueblo, seca nuestros huesos; es un gusano que roe nuestro corazón y arruina a nuestras fami1ias”, lamentaba una súplica elevada en 1838 al emperador Tao-kuang solicitando que el “contrabando del opio fuese inscrito entre los crímenes castigados con la muerte”.
Como se sabe fueron los ingleses (los chinos desconocían la opiomanía) quienes introdujeron la droga desde la India, donde se cultivaba, mediante la extensión del vicio a la China. Después la cosa sería fácil. Cuando las autoridades de Cantón en marzo de 1839 requisaron un cargamento de opio obligando al comerciante británico a arrojar el contenido al mar, el gobierno inglés reclamó una indemnización que, por supuesto, fue rechazada y se desencadenó la llamada Guerra del Opio, que duró tres años, y terminó con la derrota china, obligando al país asiático por el Tratado de Nankin de 1842 a abrir cinco puertos chinos y ceder el islote de Hong-Kong. “La Guerra del Opio –dice Jacques Leclercq– es sin duda el episodio más vergonzoso de toda la historia moderna. Al menos, jamás he encontrado uno más sórdido. Puede uno percatarse, después de ello, de 10 que pensarían los chinos cuando los europeos pretendieron aportarles su civilización.” Mientras se difundía por el mundo la falta de visión de los chinos inventores y practicantes del vicio deplorado por los puritanos europeos, los socialistas del Río de la Plata predicaban la virtud anglicana del abstencionismo en el consumo de tabaco y alcohol, sin percibir que en todo caso, esa había sido una virtud china profanada por los tan admirados caballeros británicos.
Dice el historiador africano J. Ki-Zerbo que “la literatura colonialista ha difundido ampliamente la idea, comúnmente aceptada, de que África era a la llegada de los europeos, una especie de vacío político, en el que el caos, el salvajismo sangriento y gratuito, la esclavitud, la ignorancia bruta y la miseria tenían libre curso”. Otra idea falsa es la de “una total ausencia de sentimiento nacional de los africanos”. Sin embargo, estos pueblos sin historia como diría Hegel, estaban poseídos de una buena dosis de juicio político y moral cuando llamaban al África de los ingleses “el África tenebrosa”. Los nombres de los insurrectos del Senegal –Lat-Dyor Diop, Manadú Lamín Dramé o Alí Burí Ndiai– son absolutamente desconocidos seguramente en las universidades coloniales, donde los profesores de Historia dictan sobre la base de los textos colonialistas. Pero poco apoco, a medida que los pueblos explotados se liberan del yugo colonial, la historia de los vencidos se abre paso como testimonio de una época de horrores que los actuales gobernantes imperialistas se empeñan en mantener vigentes.
Puede decirse, sin temor a equivocarse, que a su paso el colonialismo inglés sólo ha dejado ruinas allí a donde, encontró alguna civilización o cultura orgánica y estable.
Al mito de Kipling, que narra el sacrificio del hombre blanco civilizador, puede ser transpuesto pues el episodio del rey sudanés Kenedugu que al oír los pasos de los asaltantes franceses acercándose a su palacio y dirigiéndose a sus guardias exdamó: “¡Tiekoro, matame! Matame para que yo no caiga en manos de los blancos.”
Nuestros estudiantes, profesores de Historia, militares y sacerdotes deben conocer y difundir la verdad de la historia que nos hermana en este instante con los pueblos que han sufrido y sufren el flagelo de la opresión imperialista, cuya barbarie no puede justificarse en nombre de ninguna moral, filosofía o religión. Tal vez la historia del futuro, que escribirán todos los pueblos emancipados junto a los oprimidos de los países que hoy gozan de los adelantos de la civilización técnica dedicará un amplio espacio para reflexionar en torno al nivel de degradación social y cultural que el colonialismo y el imperialismo han producido en la mayor parte del género humano, durante la era del progreso que caracterizó al capitalismo contemporáneo.

* Primer egresado argentino de la carrera de Antropología en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Profesor universitario en las Facultades de Filosofía y Letras, Ciencias Económicas y Psicología de la UBA. Profesor de Periodismo de la UNLP. Militó toda su vida en diversas agrupaciones políticas del campo nacional y popular: PSIN, FIP, MPL, Movimiento 2 de Abril. Fue candidato a diputado y a gobernador de la provincia de Buenos Aires por el FIP. Falleció en el año 1997.
Fuente: Tiempo Argentino - 25/02/2011

24 febrero 2012

Servicios públicos

La agenda en cuestión 
Por Mario Wainfeld

La tragedia de Once es leída por muchos como un corolario clavado de deficiencias del servicio. Así las cosas, no hubo estrictamente un accidente (un imponderable), sino un corolario previsible de una serie de carencias. El punto de vista es sostenido por un colectivo muy vasto: usuarios, sindicatos, especialistas en la materia, organismos de control, asociaciones de defensa de consumidores. Los teléfonos de las radios se recalentaron desde el miércoles con mensajes de oyentes (muchos de ellos autoasumidos como afines al oficialismo) despotricando con argumentos contra la concesionaria.
La tragedia incita al debate y lo pone en el centro de la agenda. Lo que está en controversia es, aunque parezca desafiante decirlo en días de duelo, algo mucho más vasto.
El cronista piensa y lo viene escribiendo desde hace bastante que es tiempo de discutir integralmente el sistema de transporte, que ha quedado desfasado de las necesidades de los ciudadanos-usuarios. Es sabido, y fue denunciado desde el vamos por este diario, que la génesis del problema es la nefasta política privatizadora del menemismo. Pero ese pecado original no dispensa a los gobiernos ulteriores, en especial a los de signo contrario, de tratar de revertir el desastre.
La política del kirchnerismo, acertadamente, se esmeró en los primeros tiempos por mejorar el acceso de “la gente” al servicio. El crecimiento, la recuperación de puestos de trabajo, la reactivación aumentaron el número de pasajeros. Lo primero era que pudieran subirse al tren, gastando lo menos posible. La vasta trama de subsidios y el consiguiente esfuerzo fiscal se justifican porque forman parte del esquema de recuperación de la actividad y dinamización del mercado interno. Un mecanismo de salario indirecto que mejoró, de paso, el ingreso de bolsillo de todos los trabajadores que volvieron a tener conchabo.
Lo que debe ponerse en tela de juicio es la funcionalidad del actual esquema para cubrir las necesidades y demandas crecientes de los pasajeros. Cuando el laburo se estabiliza, cuando la dignidad se recupera, cuando el tiempo disponible recobra valor, aumentan las lícitas exigencias respecto de la calidad del servicio.
En la multiplicidad de voces escuchadas en estos días terribles, merced a una vastedad de medios que es válido saludar, casi no se hizo sentir ninguna que elogiara o al menos juzgara tolerable el servicio de la concesionaria en cuestión.
Un tema de “segunda generación” es el estado general del transporte (dicho sea al pasar, no sólo el ferroviario) en la Argentina. No ya medido desde la accesibilidad del boleto sino desde una integralidad que abarque cuanto menos: la puntualidad, el decoro debido a los pasajeros, una tasa mínima y decreciente de accidentes en las vías. Toda la política de transporte, como la de Salud y de Vivienda, están muy por debajo de las necesidades, que son derechos, de muchos argentinos en este estadio de su historia.
Redondeando, circunscribir el problema a qué causó el accidente es reducirlo a un episodio. El cronista supone, aunque por cierto no sabe, que la tragedia tiene que ver con las carencias que se sobrevolaron. Pero aun si así no fuera, el concesionario tiene pésimas credenciales para seguir siéndolo (entre las que se cuenta, cómo no hacerlo en una democracia vivaz, la crítica dura de los usuarios). Y lo que debe ponerse en el tapete no es, exclusivamente, ese accidente y a TBA sino todo un sistema que cumplió varias funcionalidades desde 2003 pero que ahora deja muchos flancos vacantes.
El ministro Julio De Vido anunció que el Gobierno cooperará con la investigación judicial, que se presentará como parte querellante para dinamizar el proceso. Y, aun sin usar estrictamente esas palabras, que supeditará cualquier decisión administrativa respecto de la empresa TBA al resultado de las pericias o decisiones de los Tribunales. Dejó en claro que eso no implica ningún “esquema de protección”.
Este cronista discrepa con el criterio elegido. Los tiempos de la política son unos, muy otros los del Poder Judicial. En el Foro, máxime en materia penal, rige la presunción de inocencia. En materia política las responsabilidades se determinan con otros parámetros, más severos.
En los estrados, la Justicia a veces llega y a menudo no, pero casi siempre tarda. En política las decisiones son más acuciantes.
En algún sentido, el Gobierno parece haber elegido un rumbo contrario al de su ADN y de sus mejores iniciativas: judicializó la política.
De nuevo: lo que está en el centro del debate no es sólo la tragedia sino el funcionamiento cotidiano de la concesión. Supongamos (no lo presumimos posible) que se comprobara en un plazo breve, de modo irrefutable, que la causa de la colisión del tren contra el parachoques no fue imputable a la empresa. En esa hipótesis, la ideal para TBA, habría que ver si las deficiencias de los vagones, la superpoblación de pasajeros no agravaron el terrible saldo de muertos y heridos. Y, además, quedarían incólumes las críticas a la obsolescencia del material rodante, a la falta de mantenimiento de las vías y barreras, a la escasez de inversión, a las condiciones de hacinamiento en que viajan los pasajeros, a las puertas abiertas durante los trayectos. Y tantos etcéteras.
El cronista, como abogado que es, agregaría que un expediente penal con muchos querellantes es de por sí trabado y farragoso. Que la querella estatal, que tiene un valor simbólico destacable, por lo general no ayuda a acelerar el trámite y se superpone con el rol de los fiscales, que también representan el interés público. Y que el juez Claudio Bonadío, un sobreviviente de la servilleta, no es gran garantía. Que una pericia de oficio suele ser contradicha por otras de parte. Y que lo que dirime una causa no es la pericia, sino la sentencia. Y no la de primera instancia sino la definitiva.
Pero éste no es, insisto, el eje del asunto. El eje es que la tragedia (en mala y acaso tardía hora) acelera una agenda mucho más vasta que sus causas específicas. Y ésa es la agenda que interpela al Ejecutivo. Una misión propia que, por esencia, no se sustancia en un expediente judicial.
Fuente: Página 12, 24.02.12

Por otro mundo posible

Carta a los ingleses progresistas
- Por Norberto Alayón *

¿Por qué y para qué escribir una carta a los ingleses progresistas en el marco del recuerdo de los 30 años de la guerra de Malvinas? Si los ingleses, como se dice, fueron y son “piratas” imperialistas que vienen generando severos daños y padecimientos a escala mundial, ¿para qué intentar escribirles a aquellos otros ingleses que tengan valores y prácticas acordes a la vigencia de un mundo más justo? Resulta necesario aclarar –de entrada– lo que es sabido de sobra, pero que suele olvidarse o reducirse a simplificaciones poco felices. Una cosa son los ciudadanos, los pueblos, y otra los gobiernos coyunturales que, con concepciones diversas y en ocasiones opuestas, representan a sus países. ¿Todos los ingleses son la misma cosa? ¿Todos piensan y actúan igual? ¿Todos los argentinos son la misma cosa? ¿Todos piensan y actúan igual? David Cameron es inglés, Eric Hobsbawm también. Mauricio Macri es argentino, Cristina Kirchner también es argentina. Jorge Rafael Videla es argentino, Adolfo Pérez Esquivel también. El Che Guevara era argentino, Bartolomé Mitre también. Margaret Thatcher es inglesa, Estela Carlotto es argentina. William Shakespeare era inglés, Jorge Luis Borges era argentino. Osvaldo Bayer es argentino, Anthony Giddens es inglés. John Lennon era inglés, Luis Alberto Spinetta era argentino. A la vez, en Argentina siempre hubo y hay argentinos “pro ingleses”.
Como se puede observar, nada es lineal ni está exento de complejidades y contradicciones. Y los gobiernos de un mismo país, ¿son siempre lo mismo? La Gran Bretaña de Thatcher ¿fue igual a la de Tony Blair? La Argentina de Galtieri ¿fue igual a la de Néstor Kirchner? El Chile de Pinochet ¿fue igual al de Bachelet y aún de Piñera? El Perú de Fujimori ¿fue igual al de Humala? El Brasil de Collor ¿fue igual al de Lula? El Uruguay de Sanguinetti ¿fue igual al de Mujica? El Paraguay de Stroessner ¿fue igual al de Lugo? La Cuba de Batista ¿fue igual a la de Castro? La Nicaragua de Somoza ¿fue igual a la de Ortega? Ni los gobiernos ni los ciudadanos de los respectivos países son todos iguales, ni piensan todos igual. Cada cual representa y porta concepciones no idénticas que es necesario develar y caracterizar con más precisión que las que provienen del mero sentido común y de los reduccionismos más subjetivos. Entonces, convendría acordar en que no todos los ingleses son “malos” y que no todos los argentinos son “buenos”. Si se nos disculpa acudir a cierta simplificación (aun a riesgo seguro de emplear conceptualizaciones muy generales), hablemos a grandes rasgos de “conservadores” y de “progresistas”.
Hay en Inglaterra, por supuesto, conservadores y progresistas. Hay en Argentina, por supuesto, conservadores y progresistas. Pero acontece que hay temas, como la dominación colonial de Malvinas, que entrecruzan complejamente los posicionamientos de conservadores y progresistas. Hay, en Argentina, conservadores que están a favor de la causa nacional de Malvinas; y hay, en Argentina, progresistas que están indiferentes y hasta en contra de la causa Malvinas. En este caso, ¿los conservadores se vuelven progresistas y los progresistas se vuelven conservadores? Cabe recordar también que es improbable que alguien llegue a ser absolutamente progresista en todos los órdenes de la vida o –a la inversa– absolutamente conservador en todos los asuntos. Los cruces suelen ser asombrosos.
Pero, entonces, ¿por qué los ingleses tienen fama de imperialistas? Bueno, la historia real y concreta no admitiría desmentidas: Irlanda, Escocia, Gales, India, Hong Kong, Gibraltar, Malvinas, Nueva Amsterdam (Nueva York), Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Samoa, Jamaica, Trinidad y Tobago, Bermudas, Granada, Bahamas (Guyana), Barbados, Guyana Británica, Honduras Británica (Belice), Chipre, Malta, Ceilán (Sri Lanka), Birmania (Myanmar), Nepal, Qatar, Singapur, Egipto, Sudán, El Cabo, Sudán, Sudáfrica, Rhodesia, Ghana, Nigeria, Uganda, Kenia, Sierra Leona, Gambia, entre tantos otros, soportaron y padecieron su presencia colonial. Aun en este siglo XXI, de los 16 enclaves coloniales supervivientes, 10 pertenecen a Gran Bretaña. Y encima Inglaterra (más precisamente sus sectores dominantes) se erigió, en su momento, en la “madre patria” de los estadounidenses, cuyo poderoso país se convirtió en la más oprobiosa e inhumana experiencia de dominación mundial. El espíritu permanentemente guerrero e invasor de Inglaterra también fue heredado por EE.UU., que lo desplegó y sigue desplegando a límites inimaginables. Algunos hijos, a veces, salen igual o peor que sus padres.
En Argentina, la influencia e intervención de Inglaterra ha sido nefasta, para decirlo suavemente y hasta con cierta forzada insensibilidad, para no obnubilar el análisis. Las Invasiones Inglesas en 1806 y 1807; el “empréstito” de Baring Brothers en 1824; la invasión a Malvinas en 1833 y la expulsión de sus habitantes; la batalla de la Vuelta de Obligado en 1845 (ahí también con los franceses, que no deberían olvidarse de Indochina, Argelia, etc.); la inducción y el soporte a la fratricida guerra contra Paraguay entre 1865 y 1870; la explotación devastadora de La Forestal del quebracho chaqueño, santafesino y santiagueño; los ferrocarriles; los frigoríficos; el hundimiento del crucero General Belgrano (fuera de la zona de exclusión) en 1982, en el preciso momento en que la propuesta de paz del presidente peruano Fernando Belaúnde Terry estaba avanzada; el arrogante y provocador incumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas. ¡La pérfida Albion no se privó de nada con la Argentina! Y para sus “éxitos” y consecuente desgracia argentina, también hay que recordar que contó con el apoyo y acompañamiento de muchos argentinos (gobernantes, empresarios, militares, académicos, escritores).
Para los argentinos, preocupados por el pasado, el presente y el futuro de su país y particularmente por la defensa del legítimo derecho al pleno bienestar de sus connacionales, resulta muy difícil contener la indignación, la exasperación y hasta los calificativos al analizar el vil comportamiento que siempre tuvo Inglaterra para con nuestro país.
Las riquezas que Inglaterra expolió del mundo entero son incalculables y garantizaron, a la par de su esplendor económico y desarrollo como potencia, la lubricación y el atenuamiento de las luchas y reivindicaciones de los propios trabajadores ingleses. Los ingleses, conservadores o progresistas, debieran reconocer, con autenticidad, que fueron y son tributarios de las exacciones que sus gobiernos imperiales aplicaron, a sangre, fuego y diplomacia, en todo el mundo. Y que aún hoy, en 2012, se obstinan impúdicamente en perpetuar.
Para los argentinos es un deshonor y una herida abierta recordar, por ejemplo, la participación de nuestro país en la guerra de la Triple Alianza que destruyó al Paraguay, o la intervención de militares argentinos (a pedido de EE.UU.) persiguiendo y asesinando en Nicaragua a ciudadanos de ese país de Centroamérica. Simétricamente, entendemos que debe ser muy penoso para la gran cantidad de ingleses progresistas sobrellevar las impropias acciones de su país.
En la guerra de 1982 murieron 649 argentinos y 255 británicos. Conviene reparar en que los imperios cuanto más se degradan y se desprestigian mundialmente, más peligrosos se pueden volver. Británicos bien nacidos y argentinos bien nacidos debiéramos estar muy atentos y alertas al respecto. Argentina ya se desembarazó de la genocida dictadura cívico-militar y está correctamente apelando y accionando en la perspectiva del diálogo y la resolución pacífica del conflicto.
Tenemos con ustedes, los ingleses, una gran causa colectiva para compartir y luchar denodadamente: nada más y nada menos que la construcción de un mundo más justo e igualitario. Ninguna ingenuidad o claudicación nos invade. Esta carta simplemente aspira a propiciar y compartir la reflexión con los ingleses progresistas (que son muchos), ajenos a la perseverancia de históricos comportamientos imperiales. Cameron y Thatcher, por ejemplo, no son destinatarios de esta carta. Ni tampoco dudamos (y lo reafirmamos con cabal convicción y sinceridad) acerca del legítimo e imprescriptible derecho de soberanía que nos asiste a los argentinos sobre las islas Malvinas. Soberanía sobre nuestras tierras, soberanía sobre nuestros mares, soberanía sobre nuestras riquezas, en pos de garantizar la seguridad y el bienestar de nuestro pueblo.
* Profesor titular, Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

Fuente: Página 12, 21.02.12

El polvorín medioriental

El año de todos los peligros
 - Por Ignacio Ramonet
¿Será 2012 el año del fin del mundo? Es lo que vaticina una leyenda maya que incluso le pone fecha exacta al apocalipsis: el 12 de diciembre próximo (12-12-12). En todo caso, en un contexto europeo de recesión económica y de grave crisis financiera y social, los riesgos no escasearán este año, que verá además elecciones decisivas en Estados Unidos, Rusia, Francia, México y Venezuela.
Pero el principal peligro geopolítico seguirá situándose en el Golfo Pérsico.¿Lanzarán Israel y Estados Unidos el anunciado ataque militar contra las instalaciones nucleares iraníes? El gobierno de Teherán reivindica su derecho a disponer de energía nuclear civil. Y el presidente Mahmud Ahmadineyad ha repetido que el objetivo de su programa no es en absoluto militar; que su finalidad es simplemente producir energía eléctrica de origen nuclear. También recuerda que Irán firmó y ratificó el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), mientras que Israel nunca lo hizo.
Por su parte, las autoridades israelíes piensan que no se debe esperar más. Según ellas, se acerca peligrosamente el momento en que el régimen de los ayatolás dispondrá del arma atómica, y a partir de ese instante ya no se podrá hacer nada. El equilibrio de fuerzas en Oriente Próximo se habrá roto, e Israel ya no gozará de una incontestable supremacía militar en la región. El gobierno de Benjamín Netanyahu estima que, en esas circunstancias, la existencia misma del Estado judío estaría amenazada.
Según los estrategas israelíes, el momento actual es tanto más propicio para golpear cuanto que Irán se encuentra debilitado. Tanto en el ámbito económico, a causa de las sanciones impuestas desde 2007 por el Consejo de Seguridad de la ONU, basadas en informes alarmantes del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), como en el contexto geopolítico regional, porque su principal aliado, Siria, a causa de la violenta insurrección interna, se halla imposibilitado de prestarle una eventual ayuda. Y esta incapacidad de Damasco repercute en otro socio local iraní, el Hezbolá libanés, cuyas líneas de aprovisionamiento militar desde Teherán, han dejado de ser fiables.
Por estas razones, Israel desea que el ataque se lleve a cabo cuanto antes. En aras de preparar el bombardeo, ya hay infiltrados en Irán, efectivos de las fuerzas especiales. Y es muy probable que agentes israelíes hayan concebido los atentados que, estos dos últimos años, causaron la muerte de cinco importantes científicos nucleares iraníes.
Aunque Washington acusa igualmente a Teherán de estar llevando a cabo un programa nuclear clandestino para dotarse del arma atómica, su análisis a propósito de la oportunidad del ataque es diferente. Estados Unidos está saliendo de dos decenios de guerras en esa región, y el balance no es halagador. Irak ha sido un desastre y ha quedado finalmente en manos de la mayoría chií, la cual simpatiza con Teherán… En cuanto al lodazal afgano, las fuerzas estadounidenses se han mostrado incapaces de vencer a los talibanes, con los cuales la diplomacia norteamericana ha tenido que resignarse a negociar antes de abandonar pronto el país a su destino.
Estos costosos conflictos han debilitado a Estados Unidos y revelado a los ojos del mundo los límites de su potencia y su incipiente declive histórico. No es hora de nuevas aventuras. Menos en un año electoral en el que el presidente saliente, Barack Obama, no tiene la certeza de ser reelegido. Y cuando todos los recursos están siendo movilizados para combatir la crisis y reducir el desempleo.
Por otra parte, Washington está tratando de cambiar su imagen en el mundo árabe-musulmán, sobre todo después de las insurrecciones de la “primavera árabe” del año pasado. De cómplice de dictadores –en particular del tunecino Ben Alí y del egipcio Mubarak– desea ahora aparecer como mecenas de las nuevas democracias árabes. Una agresión militar contra Irán, en colaboración además con Israel, arruinaría esos esfuerzos y despertaría el antinorteamericanismo latente en muchos países. Sobre todo en aquellos cuyos nuevos gobiernos, precisamente surgidos de las revueltas populares, están dirigidos por islamistas moderados.
Una importante consideración complementaria: el ataque contra Irán tendría consecuencias no sólo militares (no se puede descartar que algunos misiles balísticos iraníes alcancen el territorio israelí o consigan golpear las bases norteamericanas de Kuwait, Bahréin u Omán) sino, sobre todo, económicas. La réplica mínima de Irán a un bombardeo de sus sitios nucleares consistiría, como sus responsables militares no cesan de prevenir, en el bloqueo del estrecho de Ormuz. Cerrojo del Golfo Pérsico, por él pasa un tercio del petróleo del mundo y unos 17 millones de barriles de crudo cada día. Sin ese aprovisionamiento, los precios de los hidrocarburos alcanzarían niveles insoportables, lo cual impediría la reactivación de la economía mundial y la salida de la recesión.
El Estado Mayor iraní afirma que “nada es más fácil de cerrar que ese Estrecho” y multiplica las maniobras navales en la zona para demostrar que está en condiciones de llevar a cabo sus amenazas. Washington ha respondido que el bloqueo de la vía estratégica de Ormuz sería considerado como un “caso de guerra”, y ha reforzado su V Flota que navega por el Golfo.
Es muy improbable que Irán tome la iniciativa de ocluir el paso de Ormuz (aunque siempre podría intentarlo en represalias a una agresión). En primer lugar porque se daría un tiro en un pie, ya que exporta su propio petróleo por esa vía, y que los recursos de esas exportaciones le son vitales.
En segundo lugar porque dañaría a algunos de sus principales socios, quienes le apoyan en su conflicto con Estados Unidos. Principalmente China, cuyas importaciones de petróleo, que alcanzan un 15%, proceden de Irán; y su eventual interrupción paralizaría parte de su aparato productivo.
Las tensiones están pues al rojo vivo. Las cancillerías del mundo observan minuto a minuto una peligrosa escalada que puede desembocar en un gran conflicto regional. Se verían implicados en él no sólo Israel, Estados Unidos e Irán, sino también otras tres potencias de Oriente Medio: Turquía, cuyas ambiciones en la región vuelven a ser considerables; Arabia Saudí, que sueña desde hace decenios con ver destruido a su gran rival islámico chií; e Irak, que podría romperse en dos partes, una chií pro-iraní, y otra suní pro-occidental.
Asimismo un bombardeo de los sitios nucleares iraníes causará una nube radiactiva nefasta para la salud de todas las poblaciones de la zona (incluidos los miles de militares estadounidenses y los habitantes de Israel). Todo ello conduce a pensar que si los belicistas están alzando con fuerza la voz, el tiempo de la diplomacia aún no ha terminado.
 Fuente: Le Monde Diplomatique Nº: 196 - Febrero 2012

Malvinas

Defensa nacional
y progresismo


Por Jorge Battaglino *
La política de defensa nacional ha sido el centro de un renovado y necesario debate público a raíz del aumento de la tensión diplomática con el Reino Unido. Sin dudas, la militarización del Atlántico sur, evidenciada por el innecesario y desproporcionado envío de un destructor de última generación británico, fue uno de los factores que han favorecido el regreso de tal discusión. Las posturas han oscilado entre aquellos que sostienen que la Argentina no debería adoptar decisión alguna en el plano militar, los que consideran que es necesario fortalecer la defensa nacional y los que proponen el mismo camino que la Argentina critica: el de la militarización del conflicto. Una primera digresión: valorizar la defensa nacional no es lo mismo que asumir una postura militarista, que siempre refleja en lo esencial la impotencia de la política, su fracaso. En este sentido, la estrategia de la Argentina respecto de Malvinas debería incorporar la dimensión de la defensa a su política de recuperación pacífica de las islas.
Esta incorporación no es una tarea sencilla. La Argentina, desde 1983, es un caso atípico a nivel mundial por el marcado desinterés que han exhibido sus políticos y su sociedad hacia los temas de defensa. Existen razones de peso que explican esta particular conducta: las masivas violaciones a los derechos humanos cometidas por la última dictadura militar y su fracaso generalizado en los planos económico, político y militar condujeron a un profundo y persistente divorcio entre la sociedad y las fuerzas armadas. Así, la cultura política predominante se ha caracterizado por un generalizado rechazo a todo aquello que pudiera relacionarse con “el mundo militar” y lógicamente la defensa no ha estado exenta de ello. Ciertamente, el escaso interés social por la defensa no ha sido el mejor escenario para que los políticos se interesen por estos temas.
A pesar de este fuerte condicionamiento social, se ha producido un relanzamiento de la agenda de la defensa. Cabe mencionar que el presupuesto militar se ha incrementado de 2 mil millones de dólares en 2003 a 5 mil millones en 2012. Asimismo, se ha reiniciado la producción de documentos oficiales sobre el tema, con el reinicio del Ciclo de Planeamiento de la Defensa. Por otra parte, se está reconstruyendo la industria militar con medidas como la nacionalización de la Fábrica Militar de Aviones y de astilleros, entre otras. Además, se están llevando a cabo distintos programas de modernización de equipamiento y de desarrollo de tecnologías de avanzada en las áreas de radares, satélites, misiles y cohetes.
La política implementada en los últimos años presenta rasgos de lo que podríamos definir como un “modelo progresista de la defensa”. Claro que hablar de progresismo y defensa parece una contradicción en sí mismo, discutir sobre estos temas desde las ciencias sociales puede representar para cualquier académico la posibilidad de recibir, en el mejor de los casos, el mote de militarista (que en algunas situaciones estaría plenamente justificado). Sin embargo, es tiempo de reconciliar a la defensa con el ideario progresista, de dar sentido a las medidas adoptadas y de proponer su consolidación y profundización.
Un modelo progresista de la defensa aspira a: 1) contribuir al fortalecimiento de la democracia; b) promover la reducción de la desigualdad social; c) favorecer la reducción de asimetrías entre los Estados en el sistema internacional; y d) proveer una efectiva defensa nacional basada en una postura defensiva y de proyección de la paz.
En los últimos años la Argentina ha implementado distintas medidas que apuntan en esa dirección. Sin lugar a dudas, la calidad de las relaciones civiles militares es el aspecto decisivo, lo que define con mayor precisión a un modelo de este tipo. Una agenda progresista no podría ser definida como tal sin un sólido y efectivo control civil democrático de las fuerzas armadas, algo que la Argentina ha logrado con creces. Por otra parte, la reconstrucción de la industria de defensa ha permitido reeditar de manera incipiente el vínculo entre desarrollo y bienestar social, gracias a la creación de empleos de alta remuneración y por los eslabonamientos que genera. Asimismo, el apoyo gubernamental al desarrollo de tecnología militar avanzada contribuye a la reducción de asimetrías globales. El aspecto donde persisten aún importantes debilidades es el de la incorporación de capacidades que permitan el efectivo control del espacio terrestre, marítimo y aéreo mediante una postura defensiva y disuasiva que permita proteger nuestros recursos naturales.
La estrategia de recuperación pacífica de las islas Malvinas debe contemplar la incorporación de la dimensión de la defensa. Para ello, son necesarias la consolidación, la profundización y la divulgación del modelo progresista, que no sólo representa el mejor antídoto frente al militarismo, sino que también favorece la reconciliación de la sociedad con la defensa nacional.
* Investigador del Conicet, Universidad Torcuato Di Tella.
Fuente: Página 12, 20.02.12

Soberanías

El pueblo, la nación y las islas

Por María Pía López *

 La Presidenta anunció la presentación de denuncias contra el persistente colonialismo británico sobre las Islas Malvinas. En los mismos días, convocó a un debate serio sobre la minería. No muy lejos estaban las declaraciones justamente airadas respecto del modo en que una empresa de origen español descuida las reservas petrolíferas con el objetivo de girar remesas eludiendo las urgentes inversiones productivas. Hechos discursivos, todos ellos fundamentales y relevantes en su enlace, que se despliegan coexistiendo con otro tipo de hechos: la militarización del Atlántico Sur encarada por Gran Bretaña; la represión de los cortes contra la minería en Catamarca. Es decir, los discursos se dirimen en una escena abonada por sucesos ligados a la violencia. Pruebas de fuego para los gobiernos populares, que deben refundar su legitimidad permanentemente en el ejercicio de una vasta conversación que se hace de conflictos, tensiones, discusiones y acuerdos. Nunca –salvo propicios y escasos momentos– de consensos unánimes. Por eso, las destrezas no deberían dedicarse tanto a la búsqueda de estas efímeras unanimidades –que conocimos en días de fiesta o de combate contra un enemigo exterior– como a la composición democrática de lo heterogéneo. Fui entusiasta niña frente a la imagen televisiva de un general que gesticulaba entusiasmos patrióticos ante una plaza que aclamaba. También sentí mi fervor. Hasta la cachetada materna que advertía que ese hecho no podía festejarse bajo ninguna perspectiva. Otros vieron allí el resurgir de causas antiimperialistas. Los más, la continuidad de un nacionalismo de bandera y canto colectivo. Cuando León Rozitchner, exiliado en Venezuela discute toda ilusión sobre Malvinas, lo hace reponiendo otra idea de nación: nación de cuerpos (muchos de ellos sufrientes en los campos de concentración; millones padeciendo la exclusión social), de materias expropiadas, de tierras acopiadas. Los militares, agentes de esa destrucción del pueblo argentino –de sus potencias políticas, de sus horizontes emancipatorios, de las riquezas comunes–, no pueden ser agentes de una recuperación soberana. Porque, ¿sobre qué fuerzas reales se asienta la disputa por la soberanía? Ahora la situación es opuesta a aquélla: el Gobierno no está empeñado en una contienda bélica disparatada y asienta su denuncia en los foros internacionales en una reiterada legitimidad democrática. Contra el absurdo ilegítimo del momento anterior, la Argentina actual está en condiciones de reclamar la soberanía sobre ese territorio y ese reclamo se sustenta sobre las instituciones electorales. La pregunta de León, sin embargo, sigue resonando: cómo se liga la nación a la tierra, ya que una nación no es una mera existencia territorial, sino un cierto conjunto de derechos respecto de los modos de habitar y usar ese territorio. Una nación tampoco es una mera unidad lingüística porque se sabe que esto que llamamos Argentina implica la coincidencia de lenguas diversas y que es en el respeto de ellas –y de los derechos de sus hablantes– que se despliega una idea de nación bien distinta a los modos de la brusca y disciplinaria homogeneización que procuraba el Estado a principios del siglo XX. Tampoco es sólo el fervor colectivo y el reconocimiento mutuo, porque eso siempre es atravesado por variadas formas del desprecio y el conflicto. Nuestra época es menos la de una unidad dada de antemano que la resultante de nuevos acuerdos. Necesitamos una idea de nación a la altura de esta época política, una idea de nación que no requiera enlaces forzados entre acontecimientos del pasado, porque su existencia es tan potente que se da su propia mitología. En los festejos del Bicentenario algo así se avizoraba, porque se rememoraban un conjunto de hechos, textura de la memoria colectiva, pero encadenados con el recuerdo dolido de las situaciones irredentas. Entre ellas, estaba Malvinas. Pero también los pueblos originarios y la incesante marcha de las Madres bajo la lluvia de la injusticia. Necesitamos una idea de nación no territorial para sostener el reclamo por el territorio de las islas. Pero una idea tal implica afirmar de modos distintos la soberanía sobre el subsuelo y los socavones, sobre las tierras cultivables y las que están en disputa, sobre los hechos coloniales constitutivos de la nación –la sumisión de los pueblos indígenas– y sobre los que el país padece. Desde una noción material de la nación –insisto, la que involucra los cuerpos y las tierras, las palabras y las riquezas– es tan denunciable la ocupación colonial de las Malvinas como la expropiación mercantil de las reservas petroleras y la desidia con la que algunas empresas tratan la explotación de un territorio al que ven sólo como superficie extractiva. Petroleras y mineras tienen mucho sobre lo que dar cuenta ante una discusión efectivamente soberana, porque soberanía no puede ser algo que se omite ante relativas regalías. Y esa soberanía –obligación con el presente, con los muertos y sacrificados, y con las generaciones futuras– es de origen popular. No proviene de un pueblo meramente enunciado sino de su abigarrada composición actual. Pueblo de múltiples rostros e intereses contradictorios. Pueblo en los que hay mineros que defienden sus condiciones de trabajo, empleados petroleros con salarios relevantes, pobladores que no quieren ver convertidas sus ciudades en zonas de sacrificio, militantes que actúan en nombre de sus conciencias y creencias. Pueblo cuya enunciación como tal requiere un fenomenal y arduo trabajo de concordancia o por lo menos de explicitación de los debates en curso. Néstor Perlongher pensó la guerra por Malvinas como la lucha por unos desiertos. Para pensar las islas de otro modo –y no como base abstracta, zona, lugar a tomar, territorio a sumar– hay que partir de una idea de tierra que implique esta soberanía popular. O sea, una tierra de riquezas y habitada. Desplazar la idea de soberanía territorial hacia el problema de la capacidad de un pueblo de ejercer la soberanía nacional: tomar decisiones, someter a la discusión democrática, hacer visibles las heterogeneidades necesarias. Es bien posible hacer esto en Argentina: se hizo en los largos foros de conversación y confrontación que constituyeron el contenido de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual; se hizo, de otro modo, en el reconocimiento de la diferencia que resultó en la ley de matrimonio igualitario; puede llevarse adelante respecto de estos temas que tratan los fundamentos mismos de la nación.
 * Socióloga, docente UBA, ensayista.
Fuente: Página 12 - 20/02/2012

Siria: una línea roja

Lo que se juega en Siria
Por Ángel Guerra Cabrera

La alharaca de los insufribles líderes de la OTAN, los petroreyezuelos del golfo Pérsico y sus bocinas mediáticas sobre el supuesto bombardeo del presidente Bashar Assad contra su propio pueblo, evoca reminiscencias no tan lejanas. ¿Recuerdan Libia? Otra vez el desgarro de vestiduras no tiene nada que ver con la preocupación por los derechos humanos. Carecen de moral para ello los genocidas de Hiroshima y Nagasaki, verdugos de India y Argelia, masacradores de Vietnam y asesinos de más de un millón de iraquíes, por sólo mencionar algunos hitos notables del prontuario criminal de las democracias occidentales. Sin olvidar, claro, las democráticas palizas contra los indignados.
Otra vez se trata de justificar la intervención militar y el cambio de régimen, esta vez en Damasco. Intervención que ya está en curso mediante las bárbaras acciones contra civiles y militares de grupos violentos, armados desde Líbano, Turquía y Jordania, y reforzados desde allí por militantes de Al Quaeda de distintas latitudes. En los recientes atentados terroristas con coches bomba en la ciudad de Alepo se observa la inconfundible marca de fábrica de la nebulosa red. Al igual que ya ocurrió en Libia, el financiamiento de las acciones subversivas y desestabilizadoras corre por cuenta de esos modelos de enternecedor desvelo por los derechos humanos, las reaccionarias monarquías de Arabia Saudita y Qatar y demás emiratos integrantes del Consejo de Cooperación del Golfo, con el apoyo de sus viejos compinches de los servicios secretos británicos y de la CIA.
El cambio del actual régimen en Siria debilitaría seriamente a Irán, núcleo del polo de resistencia contra el imperialismo y el sionismo en la región medioriental, acosado por eso y no por su programa nuclear pacífico. A la vez, dejaría en una situación muy precaria a Hezbolá, artífice y articulador de la alianza patriótica libanesa, que ya ha propinado fuertes golpes a Israel. Siria ha sido uno de los tres pilares de este polo, firme aliado de Irán y Hezbolá, refugio de líderes palestinos y otros revolucionarios árabes y sede de sus organizaciones, opuesta a los acuerdos de paz por separado con Israel. Hay que reconocerlo en honor a la verdad, por más defectos que tenga el régimen de Assad. Por cierto, éste ha accedido durante meses, en diálogo con la oposición pacífica, a realizar reformas hasta ahora obstaculizadas por la creciente subversión. El mismo obstáculo puede frustrar el referendo convocado para el próximo 26 de febrero donde se votaría una nueva Constitución de régimen multipartidista, que tanto han pedido Estados Unidos y su comparsa anglofrancesa. Pero es evidente que no se conforman con nada menos que el regime change, para lo cual empujan a Siria a la guerra civil y al desmembramiento de su mosaico confesional y étnico con la complicidad del Consejo Nacional Sirio, presunto liderazgo opositor.
Es significativo que la presidencia qatarí de la Liga Árabe, suerte de OEA medioriental, se haya negado a publicar el informe redactado por su propia misión de observadores en Siria (globalresearch.ca/), que muestra un cuadro de situación completamente distinto del que nos quieren hacer creer los pulpos mediáticos.
Pero lo que está en juego en Siria va más allá de su importantísimo papel en la ecuación de poder meramente medioriental. Es de mayor envergadura geopolítica aún, como lo demuestra el doble veto ruso-chino en el Consejo de Seguridad de la ONU. La instauración de un régimen pro imperialista en Damasco significaría cruzar la línea roja del círculo de defensa ruso, afectar los intereses chinos en ese país y facilitar el ataque que se prepara hace años contra Irán. No hay que ser experto en geopolítica. Basta observar con cuidado el mapa de Medio Oriente y sur de Asia, los yacimientos de petróleo, la posición del estrecho de Ormuz y el mar Rojo, el trazado de los oleo/gasoductos y la ubicación de las bases de Estados Unidos en el área para darse cuenta que la destrucción de Siria e Irán harían muy vulnerables a Moscú y Pekín frente a Washington.
Pero en caso de agresión a Irán el fatídico uso de armas nucleares parece inevitable y la consiguiente extensión del conflicto a Rusia y China, pues Washington y Tel Aviv no pueden reducir a la nación persa con medios convencionales. Irán es mucho más duro de roer que Irak y Afganistán, donde los yanquis han sido humillados por la resistencia.
Fuente: La Jornada, México - 16.02.12