13 enero 2012

¿INTELECTUALES ORGÁNICOS O LIBREPENSADORES?


Zapatos de Plataforma 2012 
Por Demetrio Iramain *
Sin dudas, es preferible el intelectual que sacrifica dosis de libertad individual en pos del bien social superior que supone la supervivencia de un proyecto emancipador, antes que el librepensador mítico de las sociedades liberales, héroe individual de las repúblicas burguesas.
Más allá del fracaso lindante con el ridículo que rodeó el nacimiento del grupo de pensadores antioficialistas, reunidos bajo el pretencioso nombre Plataforma 2012, su surgimiento trae al ruedo el papel de los intelectuales en la vida social y política en la actual circunstancia histórica. Ya veníamos sobreexcitados con el malogrado reportaje al filósofo José Pablo Feinmann, publicado en La Nación, y ahora esto. Es para aprovechar.
Resulta una deuda histórica dotar de carga positiva al rol de intelectuales orgánicos, militantes, conscientes miembros de un proceso social mucho más vasto, que cumplan con humildad aunque implacablemente un papel determinado en el proyecto colectivo, sin reclamar para sí privilegios particulares por contribuir a él con su pensamiento, su razón, su capacidad de análisis, y no con la fuerza o el trabajo manual.
Ya lo dijo Cristina en Huracán: la responsabilidad del ahora es profundizar la organización popular, ser orgánicos de la transformación, y abandonar pedanterías y jactancias personales que sólo sirven para alejar a la gente de la política, porque la hacen creer que ella es apenas una feria de vanidades.
Sin dudas, es preferible el intelectual que sacrifica dosis de libertad individual en pos del bien social superior que supone la supervivencia de un proyecto emancipador, antes que el librepensador mítico de las sociedades liberales, héroe individual de las repúblicas burguesas. Al menos, así pensaba (y dio la vida por ello) Haroldo Conti, quien en la carta de renuncia a la beca ofrecida por la estadounidense Fundación Guggenheim esto escribió: “se impone la claridad y la coherencia como deberes ineludibles del intelectual latinoamericano, cuya condición de ninguna manera entraña un privilegio sino una entera y exigente militancia”.
Los intelectuales que se sumen a los proyectos transformadores de las sociedades de su tiempo deben aportar claridad para hacerlos comprensibles, fructíferos, viables, y no esperarse de ellos únicamente sermones u observaciones críticas, que los salvaguarden particularmente de eventuales errores colectivos. El revolucionario salvadoreño Roque Dalton, que era poeta en su especificidad intelectual, no se privó de la crítica, apeló al humor y la poesía para pronunciarla, y eso no le impidió aceptar todas las tareas militantes que le fueron encomendadas. Lo mismo para Rodolfo Walsh, Francisco “Paco” Urondo, Roberto Santoro, y tantos otros brillantes cerebros que dejaron como legado para las siguientes generaciones de revolucionarios, no sólo el contenido de su obra intelectual, también sus lúcidas discrepancias con quienes los conducían, sino además su claro ejemplo en la conducta, la humildad y el compañerismo. El intelectual comprometido con su pueblo debe ser, ante todo, un gran humanista.
Por cierto, al día de hoy no se observan argumentos sólidos, o medianamente atendibles, para “correr” al gobierno por izquierda. Ni siquiera proviniendo ese reto desde el campo del saber. Porque “correr” es una cosa, propia de la  picardía en las argumentaciones, y otra muy distinta es disentir puntualmente con algo o alguien, pero atendiendo el conjunto y dando cuenta de la totalidad.
Sobreactuar las discrepancias por izquierda para que parezcan independencia de criterios, ¿qué aporta? ¿Es de izquierda hacer eso? ¿Pedirle al modelo que se profundice, sin integrarlo, sin componerlo, sin haber puesto el cuerpo por él en sus batallas más urgentes, o todavía peor, después de haberlo abandonado en su circunstancia más difícil?
Hay quien reclama despechadamente cargos u otras dispensas, justificándose en las veces que “salimos a la calle a defenderlo”. ¿A defenderlo a quién? ¿Al gobierno, como si fuera una ajenidad y no una construcción social, histórica, fruto de un proceso popular? ¿Decir Cristina o Néstor en tercera persona? Cada vez que salimos a la calle, ¿no fue en defensa propia, y también para atacar a nuestros eternos contrarios, enemigos históricos de lo popular? Quien no se siente parte “de”, ya forma parte de otra cosa.
Muchos se justifican por izquierda pero en el fondo reclaman más derecha. Queda bien. Son más fáciles las discusiones en los asados de fin de año. Dicen querer “escapar al efecto impositivo de un discurso hegemónico”. ¡En las páginas contrahegemónicas de La Nación, lo dicen! ¡En los múltiples soportes comunicacionales del “alternativo” Grupo Clarín, se quejan! ¿Acaso Beatriz Sarlo es contracultural? ¿Conoce usted alguna otra experiencia gubernamental, más o menos contemporánea, que haya sido tanto o más ofensiva respecto de viejas hegemonías, culturales y, claro que sí, materiales, que todavía hoy insisten en querer tutelar nuestra sociedad?
“Cuando decís que no hemos resuelto la exclusión social, sos injusto y cómodo a la vez”, le escribió Néstor Kirchner a Feinmann, el filósofo, en un mail que cada día cobra mayor sentido. En otro párrafo, afirmó que los intelectuales que abordan la cuestión política deben “análisis más profundos y piadosos, pero siempre con los pies en la tierra”. “Ser intelectual no significa mostrarse diferente, tal como ser valiente no implica mirar a los demás desde la cima de la montaña”, señaló antes del siguiente remate, ciertamente monumental: “Vos y yo no pensamos tan diferente, sino que tenés miedo. Miedo de que te confundan, porque creés que la individualidad te va a preservar. Pero no te olvides que pertenecemos a una generación que siempre creyó en las construcciones colectivas. La individualidad te pondrá en el firmamento pero sólo la construcción colectiva nos reivindicará frente a la historia. Al fin y al cabo todos somos pasantes” de ella.
Zapatos de Plataforma 2012, lejos del suelo, a suficiente altura como para no quemarse los pies con la lava de la superficie, donde se libra a suerte y verdad la correlación de fuerzas entre el cambio y la reacción. Entre el Sur organizado, sintetizado y unido, y la antipatria. Entre quienes creen que es culpa del capitalismo y luchan en consecuencia, y quienes ya no creen en nada, y le echan toda la culpa toda al hombre, con esa gracia tan propia, tan torpe, tan fuera de foco, de la intelectualidad librepensadora, sin compromiso alguno con nada, ni con nadie, excepto con sí mismos y su iluminada razón.
* Periodista y poeta
Fuente: Tiempo Argentino, 12.01.12

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